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El tintorero estaba machacando en un mortero cien y cien materias que andaba sacando ora de un pote, ora de una marmita, ora de un saquillo; y revolviéndolo todo, y pasándolo de una cazuela á otra, y echando ora acá, ora acullá, cucharadas de líquidos que apestaban, y de cuyo contacto era preciso guardar el cútis porque le roian mas que el fuego, se aprestaba á vaciar los ingredientes en diferentes calderas, y sepultar en aquella inmundicia gran número de materias y manufacturas de inestimable valor. «Esto se va á desperdiciar todo, decia el analítico.

No me lo expliques dijo la señora, cuyo acentillo andaluz persistía, aunque muy atenuado, después de cuarenta años de residencia en Madrid . Ya estoy al tanto. Al oír las doce, la una, las dos, me decía yo: 'Pero, Señor, por qué tarda tanto la Nina?. Hasta que me acordé... Justo.

Corneta hubiera hecho lo que yo decía se hubiera perdido la batalla? ¿Y usted cree que no llegaremos a Cádiz? Digo que este navío es más pesado que el mismo plomo, y además traicionero. Tiene mala andadura, gobierna mal y parece que está cojo, tuerto y manco como yo, pues si le echan la caña para aquí, él va para allí».

¡Ya ven ustedes, eso es un escándalo! decía el Marqués, que tenía todos sus hijos ilegítimos en la aldea ; ese hombre no sabe recatarse.... Yo paso por eso decía el Arcipreste ; lo malo no es que él quiera pagar deudas sagradas, lo malo es haberlas contraído.... ¡Pero la otra es una dama!...

En la mirada inquieta con que seguía la marcha, siempre ascendente, del oro en la pizarra, los conciliábulos que celebraba y el aire de contrariedad que no sabía disfrazar, denunciaba claramente que la cosa no marchaba a su gusto, como él decía.

«Ya ves qué lindo buitre me ha puesto Dios en casa decía Encarnación . Es capaz de comerme el modo de andar, si le dejo.

Ellos no tienen culpa alguna decía el viejo , pero yo no puedo quererlos. Además, ¡tan semejantes á su padre, tan blancos, con el pelo de zanahoria deshilachada, y los dos mayores llevando anteojos lo mismo que si fuesen escribanos!... No parecen gentes con esos vidrios: parecen tiburones.

Cuando estuve el mes pasado en Cádiz en el bautizo de la hija de mi primo, me decía Churruca: «Esta alianza con Francia, y el maldito tratado de San Ildefonso, que por la astucia de Bonaparte y la debilidad de Godoy se ha convertido en tratado de subsidios, serán nuestra ruina, serán la ruina de nuestra escuadra, si Dios no lo remedia, y, por tanto, la ruina de nuestras colonias y del comercio español en América.

Gracias, Salomón, gracias dijo el señor Lammeter, cuando el violín se detuvo de nuevo ; tocáis en «las colinas, de lejos, muy lejos». Mi padre me decía siempre que oíamos esa música: «¡Ah, hijo mío, yo también vengo de allende las colinas, de lejos, muy lejosHay muchos aires que no tienen para pies ni cabeza; pero ése me habla como el silbido del mirlo.

Después de haberlo desdeñado, atribuía a ese amor un precio inestimable. ¡Era justo!... Nada de esto decía a Florencia: las veces que venía a verla, me pasaba los días temblando de descubrir que, así como había dejado de ser mía en el alma, se hubiera entregado ya a usted.