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Edmundo Rostand ha dicho que el asunto de «Chantecler» se le ocurrió bruscamente una tarde que, al regresar á Villa Arnaga, entró en el corral de una casa de labor á beber un vaso de leche. Mientras le servían, el poeta examinó el sitio donde estaba: sobre un montón de paja y de estiércol había varias gallinas, un pato, un perro, un mirlo en una jaula... y todos parecían sostener animado diálogo.

Un mirlo de corazón osado saltó de la higuera más próxima á la baranda del corredor, miró descaradamente á la niña ladeando repetidas veces la cabeza, tuvo manifiestas intenciones de dar un picotazo en sus mejillas pensando con razón que eran más frescas y más dulces que la cereza que acababa de comerse. ¡Pero Demetria le clavó una mirada tan severa!

A la media docena de exclamaciones melosas sonaron simultáneamente dos carcajadas, y en seguida dijo don Juan: Cristeta, vida mía, esto me parece el colmo de la ridiculez. A también: tu voz suena como silbido de mirlo. Pues abre la puerta. ¡Calla, loco! Nada más que entornada. ¿Para qué? lo has dicho: para no ponernos en ridículo ante nosotros mismos. , pero, ¿y luego? Tengamos juicio.

La casa de la calle de Botoneras, donde comienzan a desarrollarse los sucesos que aquí se narran, tiene planta baja, con encajera a un lado del portal y al otro tienda de pañolería; tres pisos de dos huecos a la fachada cada uno, con recio balconaje verde, revoque de imitación a ladrillo, descolorido por las escurriduras de las lluvias, alero saliente de robustas vigas y bohardillas a la antigua, completando el conjunto ciertos detalles madrileños, como varillas de hierro para las cortinas de lona que en verano se usan, raquíticos tiestos, cestilla pendiente de una cuerda tendida a la vecindad de enfrente para correo de niñas o tercera de novios, y alguna jaula de codorniz o mirlo.

Por el contrario, todo le demostraba su semejanza con un canto rodado, el cual ni siquiera tiene forma propia, sino aquella que le dan las aguas que lo arrastran y el puntapié del hombre que lo desprecia. Todo le demostraba que su jerarquía dentro de la casa era inferior a la del gato, cuyo lomo recibía las más finas caricias, y a la del mirlo que saltaba en su jaula.

En los breves momentos que la tocata cesaba, oíase el canto de un mirlo silbando la frase del himno de Riego, lo único que del tal himno queda ya. En la calle de Mira del Río tocaba un pianillo de manubrio, y en la calle del Bastero otro, armándose entre los dos una zaragata musical, como si las dos piezas se estuvieran arañando en feroz pelea con las uñas de sus notas.

El tío Goro, viéndola tan feliz, sonreía y se olvidaba de que las judías no tenían sal y los puches estaban medio crudos. Nolo la preparaba de vez en cuando alguna sorpresa, un mirlo con su jaula, un jilguerito, una pareja de palomas torcaces. Pero lo que le dió más alegría, lo que hizo realmente época en su vida, fué el regalo de un corzo de cría que el zagal había logrado cazar.

Dentro de ella se agitó gozosamente como una llama feliz que aspira á curiosearlo todo. ¡Zas! otro salto, y al alero del tejado. Después, con precauciones, solapadamente, descendió por el ramaje de la parra y oculto detrás de los pámpanos contempló algún tiempo el rostro peregrino de Demetria. ¡Es claro, le apeteció besarlo! Lo mismo le había pasado al mirlo.

Gracias, Salomón, gracias dijo el señor Lammeter, cuando el violín se detuvo de nuevo ; tocáis en «las colinas, de lejos, muy lejos». Mi padre me decía siempre que oíamos esa música: «¡Ah, hijo mío, yo también vengo de allende las colinas, de lejos, muy lejosHay muchos aires que no tienen para pies ni cabeza; pero ése me habla como el silbido del mirlo.

Entonces Demetria, acercando el rostro cuanto podía, se puso á soplar el fuego con todo el aliento de su pecho. ¡Oh, cuán hechicera estaba la zagala inflando sus carrillitos amasados con rosas y leche! Si aquel mirlo tímido de la parra la hubiera visto ahora, sin remedio la hubiera picoteado pese á su vergüenza. Ya está encendido el fuego.