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Mañana interrumpió Ojeda , los peregrinos de la riqueza, torciendo su camino, se derramarán por las islas de la Oceanía, y tal vez la Jerusalén del porvenir estará dentro de millares de años en algún lugar del Pacífico donde en este momento colean los tiburones y se hinchan y deshinchan las olas solitarias.

Pero la barca no podrá abordar sin ser descubierta, y habrá que ir á buscarla á nado... ¿Tendré yo la fuerza suficiente? Yo te sostendré... y te llevaré si es preciso. ¿Y los tiburones? ¿Has pensado que pululan por estas costas y que hay cien probabilidades contra una de ser devorado por ellos?

Con un cargamento tan ligero subimos hacia el norte con los alisios, teniendo que echar varias veces algunos viejos negros al mar para regalo de los tiburones, y, al pasar cerca de la isla de la Ascensión, estuvimos a pique de ser cazados por un crucero inglés. Los viajes de El Dragón tomaban un nuevo aspecto. Según algunos marineros, el doctor Cornelius había echado la maldición al barco.

Ya estaba próxima a los peñascos, ya iba a estrellarse entre torbellinos de espuma, y aquel hombre que tanto había despreciado la vida del semejante, que había nutrido a los tiburones con tribus enteras y que llevaba un nombre aterrador como una leyenda lúgubre, revolvíase furioso, sujeto por cien manos, blasfemando porque no le dejaban arriesgar la existencia socorriendo a unos desconocidos, hasta que, agotadas sus fuerzas, acabó llorando como un niño.

¡La sonrisa irónica, feroz, cortante del doctor!... Argensola no había conocido al viejo Madariaga, y sin embargo, se le ocurrió que así debían sonreir los tiburones, aunque jamás había visto un tiburón. Es la guerra afirmó Hartrott . Cuando salí de Alemania, hace quince días, ya sabía yo que la guerra estaba próxima. La seguridad con que lo dijo disipó todas las esperanzas de Julio.

El Ateneo, en achaque de versos, es de una potencia digestiva superior a la de los tiburones y avestruces. Los botones de metal y los pedazos de vidrio que dicen que estos animales digieren, no son nada comparados con los versos que yo he visto tragar en el Ateneo; un padre cariñoso no haría más por su hijo que lo que suele hacer este cuerpo docente por los mosquitos de que acabo de hablar.

Cargamentos enteros de negros arrojados al agua para librarse del crucero que le daba caza; los tiburones del Atlántico acudiendo a bandadas, haciendo hervir las olas con su fúnebre coleteo, cubriendo el mar de manchas de sangre, repartiéndose a dentelladas los esclavos, que agitaban con desesperación sus brazos fuera del agua; sublevaciones de tripulación contenidas por él solo a tiros y hachazos; raptos de ciega cólera en los que corría por cubierta como una fiera; hasta se hablaba de cierta mujer que le acompañaba en sus viajes, la cual, desde el puente, fue arrojada al mar por el iracundo capitán después de una disputa por celos.

Un negro puedo valerme mil duros. Con nosotros no tenían gran cosa que hacer los tiburones; otros barcos negreros, que hacinaban los bultos de ébano en la bodega, en malas condiciones, iban teniéndolos que echar al agua a que sirvieran de pasto a los tiburones; nosotros, no; hubo viaje en que no murió ninguno.

Pero es preciso gastar mucho dinero y tener cómplices fuera para que salga bien una tentativa semejante... Generalmente, los que se escapan se meten en las malezas y viven allí como bandidos corsos, hasta que los cogen los canacos ó se rinden ellos mismos... Su única probabilidad de salvación es apoderarse de una lancha y tratar de llegar á la Australia... Pero entonces corren el riesgo do morirse de hambre ó de que se los coman los tiburones.

Hacía propósito de no volver a pescar alimañas de tan poca sustancia, y se figuraba estar tendiendo sus redes en mares anchos y batidos, por cuyas aguas cruzaran gallardos tiburones, pomposos ballenatos y pejes de verdadero fuste. Su mente soñadora la llevaba a los días del próximo invierno, en los cuales pensaba inaugurar una campaña social tan entretenida como fructífera.