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Ella estaba junto a los cristales, me veía, me saludaba y cerraba las maderas del balcón de su cuarto. Yo necesitaba estar solo para saborear mi felicidad, y en vez de ir al casino o a mi casa, me marchaba al Rompeolas, me sentaba en el pretil con las piernas para afuera y miraba el mar a la luz de la luna o a la luz de las estrellas, retorciéndose en torbellinos furiosos.

Al volver Pepita la vista tierra adentro, contemplaba, avanzando sobre la ría, un pedazo de Londres bañado por un sol meridional; todo aquel pueblo de cobertizos fabriles é innumerables chimeneas sobre el que pesaba el poderío de Sánchez Morueta y que esparcía en el espacio sus torbellinos de humo sonrosado por la luz de la tarde. Bilbao estaba invisible.

Apesar de esto el conde manda ensillar su caballo, sale de Lancia por la carretera de Castilla, y galopa entre torbellinos de lodo al través de las praderas y los bosques de castaños.

De pronto cruzó una ráfaga de aire fresco que se aceleró por instantes, intensificándose hasta disolver los grupos de sofocadas gallinas, levantar torbellinos danzantes de polvo, sacudir los ramajes y aun torcer las copas de los mismos ombúes, gruesos y anchos, como una satisfacción sanchesca.

Desafinan endiabladamente respondió Zeli. Bien pronto el humo, de negro que era, se convirtió en rojo vivo y por fin cedió el sitio a una columna de llamas, que, elevándose en torbellinos de la escotilla principal, proyectó sobre las aguas un largo reflejo de color de sangre. ¡¡Hurra!! gritaron los del brick.

Por muy pura que el agua del manantial parezca á nuestra vista, no es esta, como la química dice, una combinación de dos cuerpos simples, el hidrógeno, que forma, según dicen, los inmensos torbellinos de las más lejanas nebulosas, y el oxígeno, que para todos los seres es el gran alimento de la vida; contiene además muchas otras substancias, ya rodando por su cauce en estado de arena, ya disueltas en su masa líquida y transparentes como ella.

Y más allá de las incalculables distancias, el espacio, siempre el espacio por todos lados, con nuevos torbellinos de mundos, sin límite ni barrera. Gabriel hablaba en medio de un silencio solemne. Los oyentes cerraban los ojos, como si les atolondrase tanta grandeza y sintieran el mareo de las alturas. Seguían con la imaginación las descripciones de Gabriel.

Las olas, amontonadas en torbellinos, pasaban silbando; las piedras del cauce, empujadas por las aguas, cambiaban lentamente de puesto como monstruos despertados de su sueño y chocaban entre produciendo un sordo ruido; árboles arrancados de raíz, se levantaban fuera del agua y se sumergían pesadamente rompiéndose las ramas contra las piedras arrastradas; las orillas temblaban sin cesar por los choques de los enormes proyectiles que el agua furiosa lanzaba contra ellas.

No todos, sin embargo, saben gozar de la belleza de las aguas corrientes. El desgraciado que se pasea por holgazanería y para «matar el tiempo», que no sabe en qué emplear, ve en todas partes objetos que le aburren, hasta en las cascadas, en los remolinos, en las hierbas ondulantes del fondo y en los torbellinos de espuma.

Las calles todas son de una arena finísima y espesa, que levanta en torbellinos lo que allí llaman la brisa del mar y que frecuentemente toma las proporciones de un verdadero vendaval. En cuanto a la temperatura, es insoportable.