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¡La sonrisa irónica, feroz, cortante del doctor!... Argensola no había conocido al viejo Madariaga, y sin embargo, se le ocurrió que así debían sonreir los tiburones, aunque jamás había visto un tiburón. Es la guerra afirmó Hartrott . Cuando salí de Alemania, hace quince días, ya sabía yo que la guerra estaba próxima. La seguridad con que lo dijo disipó todas las esperanzas de Julio.

He visto a algunos cruzar lentamente las aguas del río; vienen precedidos de una nube constante de pescados saltando, fuera del agua como en el mar, a la aproximación de un tiburón o de una tintorera. Pero en general sólo se les ve en las playas arenosas que deja el río en descubierto cuando desciende.

Si la vida de los mares tiene algún ensueño, un ahinco, un deseo confuso, es el de la fijeza. El medio violento, tiránico, del tiburón, sus acerados asideros, ese arpeo sobre la hembra, la furia de su unión, dan idea de un amor de endemoniados.

Uno... dos... tres. «Mi marino adorado, mi tiburón amoroso, va á llegar... ¡va á llegar!» Y lo que llegó de pronto, cuando aún lo creíamos lejos, fué el golpe de la guerra, separándonos rudamente.

En la comida de la tarde se nos sirvió un plato de tiburón, del cual podemos decir sucede con él lo que con otros muchos animales, que no se comen porque la tradición, sin consultar con el paladar, ha puesto su veto, veto que nosotros hasta cierto punto podemos desmentir respecto al tiburón, el cual tiene gastronómicamente considerado, mucha semejanza con el llamado cason.

En tal estado la muerte del tiburón es segura; hasta que el círculo del nudo corredizo no se entierra entre la blanda carnosidad, y las aletas no presentan un fuerte apoyo, todavía puede librarse de la muerte, bien safándose del hierro por desgararse la piel á los supremos esfuerzos del animal, bien y debido á aquellos el romperse el cabo ó el mismo hierro, lo que no sucede cuando queda suspendido por el anzuelo y por la doble cuerda.

Los hombres evocaban las tragedias feroces de la profundidad, cuando el escualo hambriento, no encontrando en la superficie más que bandas de peces voladores, descendía y descendía miles de metros, en busca de los calamares enormes que agitan en la sombra la vegetación de sus tentáculos. El tiburón, agobiado por la asfixia de la profundidad, había de efectuar su cacería con rapidez.

Herido el tiburón trató de apelar á la huida buscando en los profundos abismos su salvación; mas todos sus esfuerzos se estrellaron en lo bien templado del hierro que lo aprisionaba, y en la consistencia del aparejo que lo sostenía. Sujeto el cabo é izada la cabeza del tiburón fuera del agua, se le echó un doble aparejo oprimiendo en el círculo de un nudo corredizo las aletas.

Luego rió, apoyándose con fuerza en su brazo, tendiendo el rostro hacia él. ¡Tienes celos!... ¡Mi tiburón tiene celos! Sigue hablando. No sabes lo que me gusta oírte. ¡Quéjate!... ¡pégame!... Es la primera vez que veo á un hombre con celos. ¡Ah, los meridionales!... Por algo os adoran las mujeres. Y decía verdad.

Y en cuanto a la belleza lógica del mundo, te respondo que me atraen más las obras del hombre que las de la Naturaleza. Me gusta más una góndola que un tiburón, y si me apuras, admiro más un cacharro de Talavera que el Himalaya. En la Naturaleza, transijo mejor con lo caprichoso y absurdo, o que tal parece. Una jirafa me divierte más que el terreno terciario. Has caído en contradicción.