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No había profesor que dejase de levantar sobre la base de un simple detalle su volumen enorme, escrito de un modo torpe y confuso. Esto era su primo para él: un Sitzfleisch haben. El doctor von Hartrott, al explicar su visita, habló en español.

Por primera vez Argensola aprobó con los ojos y el gesto las palabras de Hartrott. Exacto lo que decía: el mundo era víctima de la «superstición alemana». Una cobardía intelectual, el miedo al fuerte, hacía admirar todo lo de procedencia germánica, sin discernimiento alguno, en bloque, por la intensidad del brillo: el oro revuelto con el talco.

Sólo la Alemania de aquel profesor intentaba imponerse al mundo en nombre de la superioridad de su raza, superioridad que nadie le había reconocido, que ella misma se atribuía, dando á sus afirmaciones un barniz de falsa ciencia. Hasta ahora, las guerras han sido de soldados continuó Hartrott . La que ahora va á empezar será de soldados y de profesores.

Las dos hermanas, algo tristes por la ausencia de sus prometidos, tenientes de húsares, se entretenían en visitar los hospitales y pedir á Dios que castigase á la traidora Inglaterra. El capitán von Hartrott llevó lentamente á su tío hacia el castillo.

Doña Elena era argentina... Pero á pesar del silencio de las doncellas, don Marcelo temía alguna denuncia del patriotismo exaltado, que se dedicaba con incansable fervor á la caza de espías, y que la hermana de su mujer se viese confinada en un campo de concentración como sospechosa de tratos con el enemigo. La señora von Hartrott correspondía mal á estas inquietudes.

El sobrino, adivinando lo que pensaba, repitió la eterna excusa: «¡Qué hacer!... Es la guerraPero con Moltkecito no tenía por qué guardar los miramientos del miedo. Esto no es guerra dijo con acento rencoroso . Es una expedición de bandidos... Tus camaradas son unos ladrones. El capitán von Hartrott creció de pronto con violento estirón.

Los aplastaremos, para que no perturben otra vez la paz del mundo. Y á ese maldito sujeto de los bigotes tiesos lo expondremos en una jaula en la plaza de la Concordia. Chichí, animada por las afirmaciones paternales, se lanzaba á imaginar una serie de tormentos y escarnios vengativos como complemento de tal exposición. Lo que más irritaba á la señora von Hartrott eran las alusiones al emperador.

Hay algo de eso dijo Hartrott . Pero aunque la raza germánica no sea pura, es la menos impura de todas, y á ella le corresponde el gobierno del mundo. Su voz tomaba una agudeza irónica y cortante al hablar de los celtas, pobladores de las tierras del Sur. Habían retrasado el progreso de la humanidad, lanzándola por un falso derrotero.

El bohemio creyó ver á un cirujano hablando con suficiencia de los misterios de la voluntad ante un cadáver. ¡Qué sabía de la vida este pedante interpretador de documentos muertos!... Cuando se cerró la puerta fué al encuentro de su amigo, que volvía desalentado. Argensola ya no tenía por loco al doctor Julius von Hartrott.

Su general le había enviado para mantener el contacto con la división inmediata, pero al verse en las cercanías del castillo, había querido visitarlo. La familia no es una simple palabra. El se acordaba de los días que había pasado en Villeblanche, cuando la familia Hartrott fué á vivir por algún tiempo con sus parientes de Francia.