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Actualizado: 30 de abril de 2025
Necesitamos que pertenezcan á Alemania todos los países que tienen sangre germánica y que han sido civilizados por nuestros ascendientes. Hartrott enumeraba los países. Holanda y Bélgica eran alemanas. Francia lo era también por los francos: una tercera parte de su sangre procedía de los germanos.
Aquí le interrumpió Argensola: «¿Y si la cultura alemana no existiese, como lo afirma un alemán célebre?» Necesitaba contradecir á este pedante que los abrumaba con su orgullo. Hartrott casi saltó de su asiento al escuchar tal duda. ¿Qué alemán es ese? ¡Nietzsche! El profesor le miró con lástima.
Dijo esto en castellano, y Desnoyers experimentó una sorpresa más grande que todas las que había sentido en sus largas horas de angustia á partir de la mañana anterior. ¿De veras que no me conoce? prosiguió el alemán, siempre en español . Soy Otto... el capitán Otto von Hartrott. El viejo descendió, ó más bien rodó por la escalera de su memoria, para detenerse en un peldaño lejano.
Los oficiales que ocupaban el edificio le habían retenido para que almorzase en su compañía. Uno de ellos mencionó casualmente al dueño de la propiedad, dando á entender que andaba cerca, aunque nadie se fijaba en su persona. Una gran sorpresa para el capitán von Hartrott. Y había hecho averiguaciones hasta dar con él, doliéndose de verle refugiado en la habitación de sus porteros.
Las dos niñas se casarían seguramente, cuando tuviesen edad para ello, con oficiales de húsares que ostentasen en su nombre una partícula nobiliaria, altivos y graciosos señores de los que hablaba con entusiasmo la hija de Misiá Petrona. La instalación de los Hartrott era digna de sus nuevas amistades.
El sobrino borró parte del letrero y sólo dejó el principio: «Bitte, nicht plündern.» «Se ruega no saquear.» Luego, en la entrada del parque repitió la inscripción. Consideraba necesario este aviso; podía irse Su Excelencia, podían instalarse en el castillo otros oficiales. Von Hartrott había visto mucho, y su sonrisa daba á entender que nada llegaría á sorprenderle, por enorme que fuese.
Tú olvidas que soy madre gimió la señora de Hartrott . Olvidas que entre esos cuyo exterminio pides están mis hijos. Y rompió á llorar. Desnoyers vió de pronto el abismo que existía entre él y aquella mujer alojada en su propia casa. Su indignación se sobrepuso á las consideraciones de familia... Podía llorar por sus hijos cuanto quisiera: estaba en su derecho.
Así es afirmó con energía von Hartrott . Tenemos la libertad que conviene á un gran pueblo: la libertad económica é intelectual. ¿Y la libertad política?... El profesor acogió esta pregunta con un gesto de menosprecio. ¡La libertad política!... Únicamente los pueblos decadentes é ingobernables, las razas inferiores, ansiosas de igualdad y confusión democrática, hablan de libertad política.
Hablo en serio continuó Hartrott . La última hora de la República francesa como nación importante ha sonado. La he visto de cerca, y no merece otra suerte. Desorden y falta de confianza arriba; entusiasmo estéril abajo. Al volver la cabeza vió otra vez la sonrisa de Argensola.
Mi maestro Lamprecht dijo Hartrott ha hecho el retrato de su grandeza. Es la tradición y el porvenir, el orden y la audacia. Tiene la convicción de que representa la monarquía por la gracia de Dios, lo mismo que su abuelo. Pero su inteligencia viva y brillante reconoce y acepta las novedades modernas.
Palabra del Dia
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