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¿Y vuestros consejos? ¿A quién debo la resignación con que sufro mis desventuras de mujer y de reina, más que á vos? Lo debe principalmente vuestra majestad á su gran corazón. Ha habido momentos en que me he desalentado, en que he creído inútil la resistencia, en que he estado á punto de abandonarlo todo, de rendirme á mi desdicha.

Su amigo, que venía con la ilusión de una España de eterno cielo azul, estaba desalentado. Ella misma, al ver en la acera inmediata al hotel los grupos de torerillos de apostura gallarda, pensaba inevitablemente en los animales exóticos llevados desde países solares a los jardines zoológicos de luz gris y cielo lluvioso.

Venía desalentado y cariacontecido, después de recibir en Madrid a su sobrino Fernando VII. Sus compañeros de regencia estaban en la cárcel o en el destierro; y él no sufrió igual suerte, era por su mitra y su apellido.

Algunos marchaban á su encuentro en línea recta, como si no le viesen, y tenía que apartarse para no ser volteado por este avance mecánico y rígido. Al fin se refugió en el pabellón del conserje. La mujer le veía con asombro, caído en un asiento de su cocina, desalentado, la mirada en el suelo, súbitamente envejecido al perder las energías que animaban su robusta ancianidad.

El diputado, tras breve indecisión, siguió adelante, desalentado, cabizbajo, sin fijarse en el viejo que había vuelto a colocarse a su lado. ¡Ah, el maldito! ¡Qué bien había sabido herirle!

Muy desalentado, confesé mi fracaso en el club. Allí se me recomendó que, antes que profesores, me procurase los muchos y profundos tratados de la materia... E inmediatamente escribí a mi librero: «No me mande usted las obras de Shakespeare y de Balzac que le pedí me enviara a la estancia.

Además se trata con una María Suárez... ¿dónde vive esa mujer?... Creo, señora, que sabéis demasiado dónde vive, y quién es la señora María. ¡Yo! Creo que vos sois la dama principal que estuvo anoche en casa de la señora María. ¡Yo! tenéis la mala cualidad de suponer absurdos. ¿Qué tenía yo que hacer en casa de tales gentes? Esa mujer dijo desalentado Montiño vive en la calle de la Priora.

Abierta una puerta de Galípoli, se arrojó con sus seis caballos sobre el enemigo desalentado de la fatiga del calor, y las armas; siguiéronles los cien hombres, y con poca resistencia todo lo vencieron, y degollaron. Tomaron los vencidos la vuelta de sus galeras, apretados siempre de sus enemigos, perecieron casi todos en el alcance.

¡Tan lejos! continuó Alicia, cada vez con más serenidad, como si hubiese despertado definitivamente . Además, aquello es un cuartel; una casa llena de hombres. ¡Y ese Castro que todo se lo cuenta á «la Generala»! No, no iré nunca. ¡Qué locura! El gesto de tristeza, el ademán desalentado del príncipe, la conmovieron. Su mano se paseó por el rostro de él con una caricia maternal.

En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y pasaron al comedor. Pst... se encogió de hombros desalentado su médico. Es un caso serio... poco hay que hacer... ¡Sólo eso me faltaba! resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.