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Consagrada durante seis años a tirar un periódico rojo, subsistía en ella un resto, un dejo de la fiebre literaria que por tanto tiempo estuvo pasando entre sus rodillos y su tambor. Las cajas, donde yacía en pedazos de plomo el caos de la palabra humana, eran desvencijadas, polvorientas y sudaban tinta.

En la pieza siguiente, cerca de la ventana cerrada, yacía la enferma sentada en un sillón de vaqueta, envuelta en grueso pañolón de lana. En la cabeza tenía un pañuelo blanco, atado bajo la barba. ¡Rodolfito! exclamó con acento débil ¡Rodolfito! ¡Ven, dame un abrazo; mira que no puedo levantarme! Llegué a su lado y me incliné para estrecharla contra mi pecho y darle un beso en la frente.

De repente se oyó un quejido desgarrador; un clamor de tortura que aterró á las dos mujeres, y casi en seguida se abrió la puerta y apareció el doctor, enjugándose la frente y diciendo: ¡Esto se acabó! El herido yacía sobre los almohadones, más pálido que antes y todavía inanimado. ¿Es él quien ha gritado? preguntó la señorita Guichard.

En el suelo, sobre un colchón flaco, cubierto de pedazos de bayeta amarilla y de jirones de mantas morellanas, yacía la niña enferma, como de seis años, el rostro lívido, los puños cerrados en la boca. «Lo que tiene esta criatura es hambre dijo Benina, que habiéndola tocado en la frente y manos, la encontró fría como el mármol.

Sus únicas horas de completa tranquilidad eran cuando la niña yacía en el reposo del sueño. Entonces estaba plenamente segura de la criaturita, y gozaba de deliciosa y apacible felicidad hasta que, acaso con aquella perversa expresión que se veía vislumbrar bajo los entreabiertos párpados, Perla despertaba.

Nadie estaba en el sitio que había ocupado antes de la tormenta, y Pepazos yacía sepultado de medio abajo en una pila de nieve, fuera del robledal y a muy pocos pasos de la barranca... ¡Pero faltaba uno! ¡faltaba Chisco! y no respondía a las voces con que se le llamaba, ni se le veía por ninguna parte... ¿Dónde buscarle? ¿Qué sitio había ocupado en el robledal? ¿Quién estuvo cerca de él? ¿Quién le había visto al reventar la cellerisca negra?

Formaba el campamento de Campo Rodrigo un valle triangular entre dos montañas y un río, y era su única salida un escarpado sendero que escalaba la cima de un monte frente a la cabaña, camino iluminado entonces por los plateados rayos de Diana. La paciente podía haberlo visto desde el tosco lecho en que yacía.

El conde le arrojó una mirada altiva, volvió la espalda y se fué hacia casa. La condesa y Pedro corrieron al sitio donde yacía el perro luchando con las ansias de la muerte. El pobre animal levantó la cabeza lentamente, y pareció decirles con una mirada angustiosa: «¿Por qué me habéis matadoPedro dijo sordamente: Hace falta agua.

En dos minutos quedó el istmo despejado y abierta una senda en el campizo que tapizaba por allí los raigones del peñasco, hasta el montón de nieve sobre el cual yacía Chisco.

Y abarcaba con una mirada suplicante, como pidiendo gracia, la noche majestuosa, en cuyo silencio parecía agitarse la vibración de una nueva vida. Adivinaba que algo iba a morir en ella. La voluntad yacía inánime en el suelo, sin fuerzas para defenderse. Rafael también se sentía trastornado.