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Pero al fin Ana se vio sola en el comedor, cerca de aquella chimenea de campana, churrigueresca, exuberante de relieves de yeso, pintada con colores de lagarto; la chimenea, al amor de cuya lumbre leyera en otros días tantos folletines la señorita doña Anunciación Ozores, que en paz descansa. Ahora no había allí fuego; la hornilla, descubierta, era un agujero de tristeza.

No, Juan; si usted me amó fué porque yo amaba á Jacobo y usted le odiaba, dijo la cantante con tristeza. Yo también conozco á usted y que tiene un alma atroz. ¡Oh! Es usted hábil y sabe ocultar sus verdaderos sentimientos.

Ella dudó en su respuesta por no contrariar á Desnoyers. Pero la verdad pudo más en su ánimo, y dijo con simplicidad: No... no tenía mal aspecto. Era otro. Tal vez el uniforme; tal vez su tristeza al marchar solo, completamente solo, sin una mano que estrechase la suya. Yo tardé en conocerle. Al ver á mi hermano se aproximó; pero luego, viéndome á , siguió adelante... ¡Pobre! ¡Me da lástima!

A solas en su alcoba algunas noches en que la tristeza la atormentaba, volvía a escribir versos, pero los rasgaba en seguida y arrojaba el papel por el balcón para que sus tías no tropezasen con el cuerpo del delito.

Pero a pesar cíe su tristeza, Juanito seguía adorando a aquel ídolo, ante el cual volvía la cabeza para no ver los defectos, recordando sólo lo que le parecía bueno.

Mas, ¡ay! ¡cuán ampliamente se prodiga el dolor! ¿Quién no ha visto con tristeza los lentos y penosos esfuerzos del molusco sin concha que se arrastra sobre el estómago? Chocante, pero fiel imagen del feto que una cruel casualidad hubiese arrancado del vientre de la madre y arrojado por los suelos indefenso y desnudo.

Así, balanceándose y gimiendo lastimeramente, permaneció hasta la salida del sol de aquel sol que estaba predestinado a ver el Gólgota con sus tres cruces y a eclipsarse de horror y de tristeza.

El día siguiente cumplió sus deberes con la mayor exactitud, pero el hermano Gilberto, el novicio, notó la tristeza de su rostro, y el prior lo miró a menudo en el refectorio.

Irá, estoy seguro dijo el capitán con tristeza. Lo arrastrarán, la familia de un lado, y de otro el miedo á parecer cobarde. ¡Adiós, Luis, y ten prudencia! Mira que hay cerrazón en el horizonte y la borrasca de esta tarde va á ser de cuidado.

Siguieron otro rato en silencio, y don Melchor, dándose una palmada en la frente, exclamó: ¡Ya lo que tienes! ¿Qué? Mal de la tierra. A me ha pasado siempre lo mismo. Cuando saltaba en tierra después de algún viaje ¡me entraba una desazón, una tristeza, un deseo tan grande de volverme a bordo! Duraba dos o tres días hasta que me iba acostumbrando.