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Siento que os haya tocado una compañera de tan poca suerte. Es una maldad de vuestra parte dijo Godfrey, permaneciendo de pie junto a ella, sin manifestar la menor intención de partir que deploréis el haber bailado conmigo.

Detrás de los imperios victoriosos estaban ocultos los verdaderos amos, los que cambiaban la faz de la tierra, venciendo á la naturaleza para arrancarla sus tesoros; la gran república de los capitalistas, silenciosa, humilde en apariencia, y sin embargo, dueña de la suerte del mundo.

Sólo al pasar por delante de alguna casa se oía dentro el gruñido amenazador de un perro que protestaba contra el desfile de la tropa a hora tan inusitada y tal vez que otra el no más dulce murmullo del sargento Alcaraz, que maldecía de la noche, de su suerte y de la madre que le había parido.

Sólo a plazo vencido y letra protestada contestó don Raimundo levantando un dedo, lo que al muchacho se le antojó terrible signo de amenaza. Todavía el plazo no había vencido, faltaba un mes, pero la suerte le trataba tan mal que pensaba con terror ver llegar el 22 de junio, sin un centavo que ofrecer a aquella fiera de los colmillos saltones. ¿Le habría conocido?

Carlos había podido admirar la valentía, la sangre fría y la sonriente resignación de aquella niña mimada de la suerte y de la fortuna, amenazada a los veinte años de dar un eterno adiós a todos los goces que le estaban prometidos.

Al parecer, don Jorge escuchaba con apacible fruición; pero se interesó especialmente por la suerte de As-quiles, como el Inocente persistía en denominar a Aquiles, el de los pies ligeros. De este modo, con poca comida, mucho Homero y el acordeón, transcurrió una semana que con paciencia soportaron los fugitivos.

En esto, la mar nos fué atracando el uno al otro; y ya estábamos al habla, cuando la suerte le puso un remo delante. Agarróse á él y descansó una miaja.

La suerte, sin embargo, les fue adversa, y en vez de triunfar, su propia avaricia e ingenio les dio por resultado verse derrotados, y, al mismo tiempo, me colocó a en la posición que ellos habían tenido la intención de ocupar. Mabel y yo estamos ya casados, y no hay, ciertamente, en todo Londres, una pareja tan verdaderamente feliz como nosotros.

Creo que he preguntado a medio Madrid... y por fin... No ha sido poca suerte encontrar juntas en esta casa a las dos piezas, perdonen el término de caza, que vengo persiguiendo como un azacán desde hace tantos días». Doña Paca le besó la mano derecha, y Frasquito Ponte la izquierda. Ambos lagrimeaban.

Allí administraba justicia, decidía la suerte de las familias, arreglaba la vida de los pueblos; todo con pocas y enérgicas palabras, como un rey moro de los que en aquella misma tierra gobernaban siglos antes a sus súbditos a cielo descubierto. En los días de mercado se llenaba el patio.