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¿Por qué? tartamudeó, abriendo desmesuradamente sus negros ojos llenos de estupor. Porque contesté, porque el pobre Burton Blair ha muerto... y su secreto ha sido robado. ¡Qué! gritó, con una mirada de terror y una voz tan fuerte, que su exclamación repercutió bajo el alto y abovedado techo. ¡Blair muerto... y el secreto robado! ¡Dios! ¡es imposible... imposible!

Iba á pasar con alguna repugnancia, cuando el borracho se volvió lentamente de lado, levantó el brazo que le ocultaba la cara y debajo de aquellos sórdidos harapos y en aquel hombre echado en el polvo, Herminia reconoció con estupor al señor Roussel, que la dijo en voz baja: ¿Está usted sola? Ella respondió: Si; pero, ¡cuidado! me vigilan siempre. Lo . Hace seis días que rondamos la propiedad.

¡Cómo! exclamó el duque con profundo estupor . ¿Se ha atrevido esa z a presentarse en el baile? ¿Quién la ha dejado pasar? Mañana mismo despido al portero. No; a quien hay que despedir ahora mismo es a ella ... ¡en seguidita! dijo Clementina atropellándose por la cólera.

Qué sorpresa, qué estupor, al siguiente día, cuando, al volver en , hallose en la pieza contigua sobre un lecho perfumado, y asistido de Aixa, de la anciana y del generoso personaje que acababa de salvarle la vida. Y en los días que siguieron ¡qué hospitalaria ternura la de aquellos infieles!

Y cuando hubo dado dos o tres pasos, sin volverse dijo: ¡Y que aproveche! La esposa de Montesinos levantó la cabeza y clavó en el P. Gil una mirada de estupor y curiosidad. ¿Qué es eso? El sacerdote, rojo de vergüenza y de indignación, alzó los hombros en señal de ignorancia y echó a andar hacia el caserón de Montesinos.

En Marsella pensaba el matrimonio detenerse cuatro o cinco días; pero al tercero, viniendo D. Álvaro de la estación de arreglar el asunto del sleeping-car para el día siguiente, con gran sorpresa no encontró a su esposa en casa. La sorpresa convirtiose en horrible estupor al observar el desorden de la habitación. El gran baúl mundo de su mujer había desaparecido.

Jadeante, se volvió a la tía, desafiándola con la mirada iracunda, pero la consternación de la señora debía ser tan grande, pues enmudeció de estupor, que Quilito sintióse conmovido y su cólera se apagó, como si hubieran derramado agua encima. Perdóneme usted, tiíta Silda, soy un miserable, no lo que me digo.

¿Cómo ayer? replicó el cura lleno de estupor. Si ayer fue sábado, muchacho... Y eso ¡qué importa! Pero en Madrid, chico, ¿no os mudáis la camisa los domingos? En Madrid se muda la gente la camisa cuando está sucia. ¡Bah, bah, bah!

Al cabo de una hora, hallándose los dos sentados en el pequeño sofá donde tantos coloquios amorosos habían pasado, ella le dirigió una larga mirada compasiva y le dijo con sonrisa triste: ¿Sabes una cosa, Mundo?... Que hoy es el último día que nos vemos así solos y juntos. El joven la miró con estupor, sin comprender, o sin querer comprender.

Cegado, atontado, entumecido por el frío, acaba por perder la voluntad; da vueltas sin moverse del sitio y se agita sin objeto. Al fin, caído en alguna sima, mira pasar con estupor los torbellinos de la tormenta y se deja vencer poco á poco por el sueño, precursor de la muerte.