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Los delgados hilillos de su fortuna que aún llegaban con intermitencias hasta París se cortaron de pronto: la fuente de su riqueza estaba seca. El desmoronamiento de todo un mundo había cegado su boca, tal vez para siempre. Hay que vender, Alteza decía el administrador ; hay que desprenderse de todo lo superfluo. Liquidemos á tiempo. ¡Quién sabe hasta cuándo durará lo presente!

Los caserones solariegos están abandonados; las iglesias se han venido a tierra, y las fuentes, en esta decadencia abrumadora, se han cegado y han desaparecido... El viejo llena sus cántaros en el menguado caño. ¿A cómo venden ustedes el agua? le pregunto. A patacón la carga me contesta. A diez céntimos dice otro viejo.

Silbó la locomotora, pequeña como un juguete, salió á toda velocidad por debajo de los cobertizos inmediatos, arrastrando el enorme tanque, en cuyos bordes se agitaba el líquido rojo, siguiendo el traqueteo de las ruedas. Aresti, casi cegado por tanto resplandor, tomó la mano del ingeniero. ¡Guíame, Virgilio! dijo riendo. Yo voy como el poeta de los infiernos: cuida de que no nos quememos.

A la sorpresa un tanto alegre de la joven, siguió pronto sospecha de que su improvisado amigo hubiese adquirido aquel caudal por medios no muy limpios. Creyó ver en él un hijo de familia que, arrastrado de la pasión y cegado por la tontería, se había incautado de la caja paterna. Esta idea la mortificó mucho, haciéndole ver la cruel insistencia con que su destino la maltrataba.

El administrador había cegado las antiguas brechas con el producto de la última venta, pero advertía á cada momento nuevas vías de agua. Miguel Fedor acabó por acostumbrarse á la desgracia, acogiéndola con serenidad. La venta del palacio construído por su madre le produjo menos emoción que la del yate. Un cambio se inició al mismo tiempo en sus deseos.

En no respetando la mente de la ley, todo se puede hacer con la ley en la mano; basta asirse de una palabra ambigua, para contrariar abiertamente todas las miras del legisladorPeligros de la mucha sensibilidad. Los grandes talentos. Los poetas. Hay errores de tanto bulto, hay juicios que llevan tan manifiesto el sello de la pasion, que no alucinan á quien no esté cegado por ella.

Gasparón, más cuidadoso del peligro ajeno que del propio, le tendió una mano; y el chico, cegado por el miedo, se agarró a ella con tal fuerza y tal ánsia que hizo vacilar al obrero.

Aquel hombre, cegado por su fortuna, no sabía lo que decía. Igual era ella algunos años antes, cuando tenía fincas que vender o empeñar y arrojaba el dinero a manos llenas. Pero ahora la pobreza vergonzante y cuidadosamente ocultada le había enseñado el valor del dinero.

Ana veía a Edelmira y a Obdulia, que se había declarado maestra de la niña colorada y fuerte, correr como locas por el bosque de robles seculares perseguidas por Paco Vegallana, Joaquín Orgaz y otros íntimos; veíalas arrojarse intrépidas al pozo que estaba cegado y embutido con hierba seca, y en estas y otras escenas de bucólica picante llenas de alegría, misteriosos gritos, sorpresas, sustos, saltos, roces y contactos, no había encontrado más que una tentación grosera, fuerte al acercarse a ella, al tocarla, pero repugnante de lejos, vista a sangre fría.

Cegado, atontado, entumecido por el frío, acaba por perder la voluntad; da vueltas sin moverse del sitio y se agita sin objeto. Al fin, caído en alguna sima, mira pasar con estupor los torbellinos de la tormenta y se deja vencer poco á poco por el sueño, precursor de la muerte.