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Doña Constanza tuvo lepra enfermedad que en aquellos tiempos no perdonaba á las emperatrices , y Santa Bárbara curó milagrosamente á su devota. Para perpetuar este suceso, allí estaba Santa Bárbara en el cuadro, vestida con ancha saya y mangas de farol acuchilladas, lo mismo que una dama del siglo XV, y á sus pies la basilisa con traje de labradora valenciana y gruesas joyas.

En aquella quietud soporífera, en aquella obscuridad de pesadilla hubieran permanecido aquellos caballeritos y aquellas señoritas hasta el amanecer, de buen grado.

La medicina es buena y provechosa; y si fuera mi hija, mi propia hija así como tuya, no podría hacer nada mejor en beneficio suyo. Como Ester aun vacilaba, no hallándose realmente en aquellos momentos en su sano juicio, el médico tomó á la niña en brazos y él mismo le administró la poción, que pronto dejó sentir su eficacia.

Cuando la nación francesa cayó en 1793 en manos de aquellos implacables terroristas, más de millón y medio de franceses se hartaron de sangre y de delitos, y después de la caída de Robespierre y del Terror, apenas sesenta insignes malvados fué necesario sacrificar con él, para volver la Francia a sus hábitos de mansedumbre y moral; y esos mismos hombres que tantos horrores habían perpetrado, fueron después ciudadanos útiles y morales.

Despidiéndose de su venerable huésped, se aleja meditabundo, llevándose aquellos gratos recuerdos que no olvidará en mucho tiempo. Si en semejante situacion de espíritu, le place á nuestro poeta intercalar en sus relaciones de viaje algunas reflexiones sobre los institutos religiosos, ¿qué os parece que dirá? Es bien claro.

Después... no , padre mío; pero el fin del mundo no andará muy lejos de aquellos lugares, á lo que imagino. No tal, mi buen Roger, y eso te probará que siempre queda algo que aprender.

Toda la oposición de carácter que existía entre aquellos dos hombres se revelaba en la acción impulsiva que cada uno de ellos había tenido, obrando bajo la influencia del instinto. Aquella acción la iluminaba sobre la diferencia completa de sus dos individualidades.

Valls, en sus tiempos juveniles, cuando mandaba buques de su padre, había conocido mujeres de todas clases y colores, viéndose mezclado en orgías marinerescas que acababan entre olas de whisky y golpes de cuchillo. Pablo, cuéntanos aquellos amoríos en Jaffa, cuando los moros te querían matar.

En la cueva de Caracas solían estar a todas horas, de tertulia, un borracho, que se llamaba Joshepe Tiñacu, y un tipo mediotonto, de blusa azul y de gorro rojo, que vigilaba las lanchas, apodado Shacu. Zelayeta y yo intimamos con aquellos y otros avinados personajes, al ir a ver cuándo concluía Caracas nuestro barco.

Así, por ejemplo, tras de parecerle una herejía haber creído posible trocar por el limbo insulso de su pasado, el dulce presente con todas las contrariedades y amargores que necesariamente había de traerle aparejado, le sonrojaba de pronto la idea mezquina de verse allí, tan cerca de Nieves, vestido como un ganapán... quizá en el mismo instante en que Nieves, mirándole a hurtadillas, le veía mucho más hombre y más apuesto que nunca, con aquellos limpios, holgados y simples atavíos.