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No veía a Baltasar desde la disputa en el merendero, y entrole, de pronto, deseo invencible de hablar con él, para suplicar o para increpar, ella misma no sabía para qué; pero, en suma, para desfogar, para romper aquella horrible monotonía del tiempo que pasaba inalterable. Enviole el mensaje por Ana. Baltasar respondió: «Ya iré».

Entraron en él y bebieron en silencio sendas copas de chartreuse, sin que por eso los cerebros dejasen de trabajar activamente. Al levantarse Pablito, dijo: Lo mejor será engancharla con el Romero. Eso mismo estaba pensando yo profirió con fuego Piscis. Después que hubieron salido, éste preguntó, no con palabras, sino con una horrible mueca, a dónde iban. Allá.

A tientas y a gatas, perdiendo sangre, buscó el revólver, caído en la maleza, lo cogió de nuevo, y se disparó otro tiro, en la sien esta vez... Cayó de espaldas, los brazos en cruz y quedó inmóvil; del horrible agujero de la frente, el hilo de sangre corría, manchando sus cabellos rubios, y en el pecho, el líquido rojo se coagulaba sobre la blanca camisa.

La casa de Leiva no tiene sucesión... Supongo que usted no será capaz de dar su nombre a una... Llévesela usted, llévesela pronto. No quiero tener en casa esa deshonra... Una muchacha sin nombre... una infeliz espúrea. ¡Qué horrible espectáculo para mi pobrecita Presentación, para mi única hija!...

Contemplé aquel diminuto rostro minado por la fiebre, enflaquecido y azulado en derredor de las sienes, aquellos ojos hundidos, más abiertos y más negros que nunca, en cuyas pupilas se advertía un brillo sombrío e inextinguible, y aquella pobre niña, enamorada, medio muerta bajo la acción, del desprecio de Oliverio me dio una lástima horrible.

Luego la miró con severidad, añadiendo lentamente: Al salir el sol, dos hombres van á matarse. Esto es un horrible disparate que me quita el sueño, y he venido á decirle: «Elena, evite usted tal desgraciaConvencida ya de que no se trataba de Watson, respondió con mal humor: ¿Qué quiere usted que haga? Pueden batirse, si es su gusto... Para eso nacieron hombres.

Cecilia se puso fuertemente pálida, y dejó que su madre le besase con efusión la mano que tenía entre las suyas. Repuesta del susto, preguntó: ¿Qué ha pasado, mamá?... Habla. Una cosa horrible, alma mía... ¡Una infamia!... Quisiera morirme en este momento, para no ver la ruindad, la maldad que se hace con una hija mía. Tranquilízate, mamá. Estás enferma, y puede hacerte mucho daño esta emoción.

Di otros tres o cuatro, y vi que aquel hombre era, sin género de duda, Daniel Suárez. Es horrible decirlo, pero lo diré, porque quiero que este libro sea una confesión. Si me hubiesen dicho en aquel momento: «Se ha muerto tu padre», no hubiera recibido impresión más cruel. Miraba y no quería creer a mis ojos. Estaba a unos veinte pasos de distancia.

La lluvia había crecido de una manera espantosa: un torrente bajaba por la Cuesta de los Ciegos y otro por la de los Consejos; la calle recogía estas dos vertientes y arrojaba hacia el puente un barranco fangoso. Ella continuaba sin ver; sentía que sus pies se enterraban en fango; el ruido era horrible.

Ahora, la lucha ha terminado, la madre ha vencido en a la esposa y vaciará el cáliz hasta el fondo. ¡Ah! es un martirio horrible descender así al abismo de la degradación, aunque ello sea para defender a nuestra hija, el gaje de nuestro amor. Marta se puso de repente en pie como si algún golpe violento la hubiese herido y escuchó palideciendo... Le parecía haber oído un ruido en el corredor.