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Decididamente, no tenía la cabeza bien. ¡Mire usted que pensar un hombre de su carácter y sus años que estaría mejor servido con una chica así que con su vieja Vicenta...! Vaya; el Chartreuse, con su calor de falsa juventud, hace pensar locuras.... «¡A tomarte el café, viejo verde...!» Y se bebió la taza de un trago. Sonaba la campanilla de la puerta. Será Roberto dijo Concha.

CHARTREUSE. En setecientos gramos de alcohol téngase macerando tres o cuatro días un gramo de raíz de angélica, uno de mirto, uno de clavo, uno de nuez moscada, uno de vainilla, dos de canela y unas hebras de azafrán. Después, en seiscientos gramos de agua hirviendo se disuelven ochocientos de azúcar pilón; se mezcla con el alcohol muy bien y se filtra.

La copa de chartreuse, bebida despacio, le dejó en la lengua y en los dientes un aroma penetrante y fortalecedor, una sed grata, ligerísima, que apagaban los sorbos últimos del café, saturados del fino polvillo que en remolinos lentos se depositaba en el fondo de la taza. ¡Si viniese papá ahora murmuró , qué diría! Miranda y Lucía fueron los últimos en alzarse de la mesa.

La chartreuse o lo que fuera ¿¡si sería cognac!? seguía molestándole y conocía ya él mismo que le olía mal la boca. «Si se me acercase Glocester ahora, mañana todo Vetusta sabría que yo era un borracho...». «¡No subo, no subo. Buena estará mi madre!

Nunca bebía licores y aquella tarde, distraído, sin saber lo que estaba haciendo, había apurado la copa de chartreuse o no sabía qué, servida por la Marquesa. Fortunato leía las pruebas y seguía sonriendo. No parecía temer ya al Magistral. Horas antes esquivaba quedarse a solas con él de miedo a que le reprendiese por su condescendencia con las señoras protectrices de la Libre Hermandad.

Entraron en él y bebieron en silencio sendas copas de chartreuse, sin que por eso los cerebros dejasen de trabajar activamente. Al levantarse Pablito, dijo: Lo mejor será engancharla con el Romero. Eso mismo estaba pensando yo profirió con fuego Piscis. Después que hubieron salido, éste preguntó, no con palabras, sino con una horrible mueca, a dónde iban. Allá.

«Récipe: A eso de las nueve, consommé con huevo fresco, filet mignon, chaud froid de perdices, vino del marqués de Riscal, panecillos de Viena, una chirimoya gruesa de las que gusta tanto la enfermita, dulces, café y media copa de chartreuse para entonar el estómago. De sobremesa, un rato de palique con Narcisito por teléfono o más de cerca.» ¿Habráse visto desvergüenza mayor?