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Se estremecieron sus poderosos brazos; sintió una cruel picazón en las manos. Luego fué moderando el paso al acercarse á casa de Copa. Quería ver si se burlaban de él en su presencia.

Las primeras lluvias del invierno caían con insistencia sobre la comarca. El cielo gris, cargado de nubes, parecía tocar la copa de los árboles.

Los jóvenes ya los veía allí: creyéndose felices con una copa y sin más pensamiento que hacer suyas a las compañeras de trabajo. No había más que fijarse en la frialdad con que habían presenciado la llegada de Salvatierra.

El resto de la tertulia adivinaba de un modo vago la malignidad de que estaban cargadas las palabras, pero no iba hasta el fondo de su significado. Llegó, en esto, á la tienda un señor como de sesenta años de edad, alto, delgado, vestido todo de negro y con sombrero de copa.

Después, comandante, la monjita que habrá recibido el hilo de seda, del cual usted habrá guardado un cabo, se lo notifica por un ligero movimiento; entonces usted ata una escala de cuerda a la extremidad del hilo que cae por la parte de fuera; la joven tira hacia ella, fija la escala en el muro, como ha hecho usted por la parte de fuera, y ¡por la Virgen! usted puede una noche entrar en el santo recinto y salir tan fácilmente como yo vacío esta copa.

Uno de los compañeros de bolsa de Mesía, viejo verde de cincuenta años, el señor Palma, banquero, lamentaba que la juventud no fuese eterna, y con lágrimas en los ojos, de pie, con una copa ya vacía en la mano, exponía su sistema filosófico de un pesimismo desgarrador, como decía el capitán Bedoya.

Se ponen en una cacerola con miga de pan rallado, perejil, ajo, pimienta y manteca; cuando han hervido se agrega una copa de jerez, se les da otro hervor, y se sirven.

Era inútil preguntar a Carlos si estaba contento de aquel día. Su dicha rebosaba como el champagne en una copa llena, y brillaba en el timbre de su voz, en el crujido de sus botas y en la antigua casa, poniendo la alegría en todos los muros y una sonrisa en los seres y en las cosas.

El maíz listado sacudía su brial de seda verde y blanca a rayas, con melodioso susurro, y allá en las lindes de la pradera bañada por el sol, unos arbolillos tiernos inclinaban su joven copa. De tal suerte mullían las hojas secas el piso de las calles, que se enterraba Lucía hasta el tobillo, con placer.

Esta proposición apagó el ardor de Blasillo, que llenó prestamente su copa sonriendo: Viremos, pues, en redondo, comandante. , Blasillo, tal es la suerte que me espera en Egipto, si el bauprés de mi tartana se dirigiese hacia ese suelo encantado. ¿Y por qué, comandante?