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Se requiere larga práctica y rara habilidad para preparar el trépang, porque basta un punto más o menos de hervor para echarlo a perder. El exceso de calor cubre de vejigas a las olutarias y las vuelve porosas como esponjas, y, por el contrario, la falta de calor suficiente les hace perder la consistencia, y entonces se pudren e inutilizan en pocas horas.

Apareció entonces el tío Frasquito, vestido ya de gran gala, cargado de perfumes y de noticias, que, como las burbujas al hervor del agua, anunciaba en su rostro una significativa y prolongada sonrisa.

Un coche de plaza sin número esperaba a la puerta: el cochero tenía la cara cubierta con un pañuelo. Crecido número de guardias de orden público se hallaba distribuido en el concurso, y un piquete de soldados, con los fusiles en «su lugar descanso», ceñía la fachada del siniestro caserón, contemplando con ojos distraídos el hervor de aquel mar de cabezas humanas.

PIMIENTOS ENCARNADOS. Se asan pimientos morrones muy sanos, se pelan y limpian las semillas, se ponen en latas, se sueldan y cuecen dos horas al baño maría. GUISANTES. Se desgranan, y sin sal se les da un hervor, se escurren bien, se llenan las latas, se sueldan y cuecen al baño maría. HABAS EN VAINA. Se despuntan, se parten a lo largo por la mitad y se hace todo como los guisantes.

Al primer hervor se retira y añaden ciento veinticinco gramos de harina; se menea bien para que la pasta quede bien lisa; se cuece a fuego lento, hasta que esté espesa; se mezclan cuatro huevos enteros, uno tras otro, y se quita la cáscara del limón. Se toma la masa por cucharadas, que se colocan sobre una placa, y espolvoreadas con azúcar se meten al horno.

Me parece que he sido durante el invierno un gusano de seda apelotonado en el capullo, y que ahora me salen alas y voy a volar por ese inmenso salón verde que exhala sus primeros perfumes. ¿No siente usted lo mismo? Rafael afirmaba con gravedad. También él sentía el hervor de la sangre, los pinchazos de la vida en todos sus poros.

Cesaron lentamente las contorsiones, el hervor del mísero cuerpo: los párpados se abrieron con el escalofrío final, mostrando las pupilas dilatadas con un reflejo vidrioso y mate. El rebelde cogió entre sus brazos aquel cuerpo ligero como el de un niño, y apartando a los parientes, fue poco a poco acostándolo en el montón de harapos.

Sonó un hervor del caldera, luego un ruido de catarata, y la concurrencia, dando gritos, empezó á huir hacia las habitaciones interiores. ¡Zas!... Gillespie, no sabiendo cómo defenderse de aquel enjambre maligno, había lanzado un salivazo dentro del salón. El proyectil líquido pilló á los dos poetas y los hizo caer con su lanza envueltos en una ola pegajosa, de la que no sabían cómo salir.

El no sabía lo que pensaba ni lo que iba a decir, y por eso mismo, palpó mejor que nunca ese obscuro fondo del ser, encima del cual, lo que él llamaba su sentimiento, su albedrío, su conciencia, no eran sino burbujas de un profundo hervor incomprensible. Dejose llevar. La palabra de Beatriz le sorprendió: Cuán pensativo hase quedado vuesa merced. ¿Sufre malencolías? Ramiro no quiso contestar.

Proseguía el hervor de la imaginación sobrexcitada: miró por la ventana, y el paisaje le pareció tétrico y siniestro; verdad es que entoldaban la bóveda celeste nubarrones de plomo con reflejos lívidos, y que el viento, sordo unas veces y sibilante otras, doblaba los árboles con ráfagas repentinas.