United States or New Caledonia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Desde entonces Rosita andaba con la mayor circunspección y gravedad; varias veces noté que al subir una escalera delante de , cuidaba de no mostrar ni una línea ni una pulgada más arriba de su hermoso tobillo, y este sistema de fraudulenta ocultación era una ofensa a la dignidad de aquel cuyos ojos habían visto algo más arriba.

Tomé el vaso que acababa de dejar la hermana de los dientes blancos, y me dispuse a recoger agua, pues el que la escanciaba había desaparecido por escotillón; mas al hacerlo tuve necesidad de apoyarme en la peña, y cuando me inclinaba para meter el vaso en el charco, resbalé y metí el pie hasta más arriba del tobillo.

Avanzó como pudo por las calles, enfangándose hasta más arriba del tobillo: su oído le decía que no cruzaba apenas ningún transeúnte; los coches no hacían ruido, y estuvo expuesto a ser atropellado por uno.

Avanzó como pudo por las calles, enfangándose hasta más arriba del tobillo: su oído le decía que no cruzaba apenas ningún transeúnte; los coches no hacían ruido, y estuvo expuesto a ser atropellado por uno.

Además de la copiosa hemorragia que enrojeció los mármoles del baño, los dos médicos, después de docta disputa acerca del sitio en que debiera practicarse la sangría, resolvieron abrir cada cual la suya, y, en el espacio de pocas horas, fue sangrado del brazo y del tobillo. Su desfallecimiento era como lento bogar hacia el morir.

En seguida examinó al paciente con mano hábil y práctica en este género de operaciones; todo con tanta seguridad y destreza, que todos callaron, y sólo se oía en la pieza el ruido de la agitada respiración del paciente. El señor duque dijo el cirujano, después de haber concluido su examen tiene el tobillo dislocado y la pierna rota, sin duda por haber cargado en ella todo el peso del caballo.

Nébel saltó con él por sobre la rueda del surrey, dislocóse casi un tobillo, y corriendo a la victoria, jadeante, empapado en sudor y el entusiasmo a flor de ojos, tendió el ramo a la joven. Ella buscó atolondradamente otro, pero no lo tenía. Sus acompañantes se rían. ¡Pero loca! le dijo la madre, señalándole el pecho ¡ahí tienes uno! El carruaje arrancaba al trote.

Las beldades cobrizas, descalzas, de gruesa trenza entre los omoplatos y falda blanca ó de color rosa, se asomaban á las puertas de sus ranchos para verlos pasar. Llevaban el calzón claro sujeto al tobillo por ligas de piel, los pies metidos en danzantes babuchas, un poncho avellanado cubriendo el busto, y un pañuelo rojo en el cuello.

Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violeta, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho. El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla.

Siempre había considerado el joven aristócrata como una antinomia del amor aquella preferencia que él daba a la escultura humana con velos, sobre el desnudo puro. ¿Por qué le excitaba más el velo que la carne? No se lo explicaba. Veía la rolliza pantorrilla de una aldeana descalza de pie y pierna ¡y nada! ¡veía una media hasta ocho dedos más arriba del tobillo... y adiós idealismo!