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Actualizado: 12 de junio de 2025
Sonrió ante la suposición absurda de haberse presentado así, cuatro años antes como quien dice cuatro siglos , en aquellos duelos de París, donde padrinos y adversarios sólo podían ir decentemente en busca de la muerte con sombrero de copa de ocho reflejos.
Andaban por allí cerca las rubias de la opereta, las cocotas viajeras, un sinnúmero de temibles peligros; y sin una palabra que revelase su inquietud, cada una se aproximaba a su marido, se colgaba de su brazo, intervenía en la conversación, lo paseaba por toda la cubierta, y únicamente se decidía a soltarlo en la entrada del fumadero, con la promesa de que volvía al poker o a tomar una copa.
El sombrero de copa da mucha respetabilidad a la fisonomía, y raro es el hombre que no se cree importante sólo con llevar sobre la cabeza un cañón de chimenea. Las señoras no se tienen por tales si no van vestidas de color de hollín, ceniza, rapé, verde botella o pasa de corinto.
Vestía de negro, con levita y sombrero de copa, pero todo en un estado tal de ruindad y falta de higiene, que asombraba cómo las autoridades permitían la exhibición de miseria semejante.
Digo, pues, que a D. León no se le conocieron en la vida más que un par de botas, unos pantalones de color de ceniza muy sufridos, una levita y un enorme sombrero de copa, todo ello tan limpio, tan planchado y reluciente que siempre pareció que acababa de salir de la tienda.
Lindo asunto para una anacreóntica moderna, aquella mujer que alzaba la copa, aquel vino claro que al caer formaba una cascada ligera y brillante, aquel hombre pensativo, que alternativamente consideraba la mesa en desorden, y la risueña ninfa, de mejillas encendidas y chispeantes ojos.
Estaba, como siempre, arrellanada en su butaca, tapadas las piernas y los pies con una magnífica piel de cabra selvática, repartiendo miradas de amarga desolación entre el cielo raso y una copa de leche que tenía en la mano.
descargó en la cabeza del perro el trancazo descomunal que reservaba, sin duda, para la poética Ofelia... Luego, como el borracho que, engolosinado con la primera copa, no para ya hasta apurar la botella, comenzó a menudear sobre los lomos del animal una granizada de golpes, una lluvia de palos, como jamás se registró igual en los anales perrunos de la helada península Kamschatka.
Fray Diego de vez en cuando lleva la mano al tarro de la ginebra, llena la copa de su amigo, luego la suya, y gravemente la apura de un trago.
Allí estaban los tesoros de Copa, de los cuales hablaban con unción y respeto todos los borrachos de la huerta.
Palabra del Dia
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