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Hay un hilo misterioso Tan unido al de mi vida, Como liana entretegida De grueso tronco al redor; Nunca el hacha del destino Conseguirá separarlos, Que á los dos ha de cortarlos Ó conservar á los dos.

Era un pedazo de papel fino con el contorno dibujado del Mediterráneo. Todo el mar estaba cuadriculado como un tablero de ajedrez, y en el centro de las casillas había un número de orden. Estos cuadrados eran sectores, y sus números servían para hacer saber á los submarinos, por telegrafía sin hilo, los lugares donde podían aguardar á los buques aliados, torpedeándolos.

Preciso es, sin embargo, acudir á él para seguir el hilo de nuestra biografía, á falta de otro testimonio más auténtico, pero con ciertas precauciones, y con el propósito de completarla con los datos que nos suministre el mismo Lope, y de rectificarla, si hay contradicción entre unos y otros. A su vuelta de la Universidad, dice Montalván, entró Lope de secretario al servicio del duque de Alba.

Has hecho bien decía don Pablo Aquiles, te aseguro que me has tenido con el alma en un hilo, de pensar que irías... ¡imagina! después de veinte años, separados por un rencor cada vez más vivo, presentarse así, de sopetón, a pedir, ¡porque ibas a pedir, Casilda! no te hubieran dado nada, hija, y habrías sacado lo que el negro del sermón, ítem más, el amor propio herido.

Nuestro entendimiento necesita las palabras para ligar este conjunto y retener el hilo con que le enlaza: de aquí es que cuando la idea es simple, la palabra no es indispensable. Se dice que la palabra es necesaria para pensar; tal vez se hablaria con mas exactitud, diciendo que es necesaria para recordar.

Sabed ¡oh tímidas y pudorosas doncellas merecedoras del blanco azahar! que la puerta de comunicación no se abrió aquella noche. Acostose Cristeta, y al apagar la bujía vio que por el ojo de la cerradura entraba un hilo de luz, al cual parecían dejar paso mal intencionadamente las prendas colgadas de la percha.

Cuando de tarde en tarde levantaba la cabeza para arreglar el hilo y su mirada se encontraba con la de Gabriel, animábase su cara con una pálida sonrisa. En el aislamiento en que los había dejado la indignación del padre, sentían la necesidad de aproximarse, como si les amenazara un peligro. La enfermedad los unía.

Estos síntomas, que se fueron acentuando al andar de mis insinuaciones puramente mímicas, llegaron a darme por aclarada la duda que tanto me había carcomido, sin haber aventurado yo una sola palabra en el empeño: es decir, que se me había ido a la mano el hilo que yo deseaba tener en ella, solo, por su propia virtud, si no era por la fuerza de la misteriosa corriente, en la que no podía menos de creer ya.

Veamos, é interroguemos, y recojamos con atencion las respuestas. Dime, hermosa africana, ¿por qué estás triste? ¿por qué palidece el ébano en tus lánguidas megillas y se estingue el fuego en tu mirada? ¿No se deslizaban felices tus dias en este encantado y magnífico recinto, descuidados como esas cuentas de coral que por el roto hilo de tu gargantilla caen á ese tapiz de flores?

Al fin se despidió lleno de gozo, prometiendo venir a buscarlas de noche para llevarlas al teatro. Al poner el pie en la calle, cortó repentinamente el hilo de sus risueños pensamientos el ver apostado en la acera de enfrente, y en actitud de espera, a lo que podía sospecharse, al cadete enamorado de su hermana. «Vaya, me parece que voy a tener que andar a pescozones con este majadero» se dijo.