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¡Cómo me gusta entrar aquí cuando estás trabajando!... Me parece que ya eres mío. Los días que no vienes también suelo entrar alguna vez, para fingirme que vivimos juntos... y estabas aquí... y que ibas a volver en seguida. ¡Qué lejos está eso! Mientras me quieras, no importa. ¿Sabes, Paz, que parecemos tontos? ¿Por qué? : , tonta; yo, malo.

De pronto desaparecías, te ibas al campo sin despedirte de nadie, y corrían rumores de aventuras raras. A se me ocurría que fingías, que tratabas de hacerte una aureola romántica. ¿No era así? Julio sonrió, sin responder. La cara muy blanca, su frente descendía ancha y recta, desde la raíz de los cabellos, empujando algo las cejas por encima de las pestañas.

Ha sido una broma. ¡Buena cara ibas a poner cuando la tuvieses en la pila! No te faltaría más que gritar: ¡Señores, aquí! ¡Vengan aquí todos a ver al padre de esta criatura! El padrino sería Quiñones, y en su representación D. Enrique Valero. La madrina ella, representada por María Josefa. El conde se mostró muy satisfecho.

Había olvidado este pasado, y al caer, me aturdía con su peso sonoro, vibrante de recuerdos. «¡Pobre hombre!... ¡En qué mundo de compromisos y enredos voy á meterle!... ¡No! ¡no!» Y huía de ti con astucias de colegiala traviesa, saliendo del hotel cuando te habías alejado por unos momentos, doblando otras veces una esquina en el preciso instante que ibas á volver los ojos... Sólo me dejaba abordar, fría é irónica, cuando no me era posible librarme de tu encuentro; y después, en casa de la doctora, hablaba de ti á cada instante, riendo con ella de estos galanteos románticos.

Aquí, debajo, un poquito de jardín, bastante disimulado, porque la verdad es que hasta que yo mandé que le aliñaran un poco, contando con que ibas a venir , nadie se ha cuidado de él en muchísimos años.

No he sabido lo que te amo hasta esta tarde, en que creí que te ibas para siempre. La enferma movía con pereza una de sus manos y acariciaba la cabellera crespa de Maltrana, lamentándose de la forma aterradora de la crisis, como si ésta fuese un acto de su voluntad. ¡Pobrecito! decía lentamente ¡qué susto te he dado! Aún se te conoce en la cara; estás pálido, te tiembla la voz.

Díselo , si quieres pronunció lentamente Lucía, preñados de lágrimas los ojos . Yo no he de entrar a despertar a Gonzalvo. Así como así, ya ibas a levantarte para beber las aguas. Lo menos en tres cuartos de hora no había para qué. No parece sino que esa chica es la única que tiene aquí que cuidarse. También los demás padecemos y hemos de observar régimen. Hoy justamente estoy fatal....

Le preguntaron a Carmen, sin considerar el estado que guarda, que si era cierto que eras novio de la señorita Fernández y que te ibas a casar con ella. A me dio mucha cólera eso; porque comprendí que sólo por averiguar y saber la verdad habían venido. Se estuvieron aquí más de tres cuartos de hora, charlando como unas cotorras.

Buenos y recordándote sin cesar... ¡No sabes cuánto llora la tía Felicia! ¡No será más que yo! exclamó sordamente la joven. Hubo algunos momentos de silencio. ¿Cuándo piensas marcharte? Mañana bien temprano. ¿Y te ibas sin darme aviso de que estabas aquí? Nolo vaciló y dijo sonriendo melancólicamente: Pensaba que no te importaría mucho el verme.

Han estado aquí, pero ya se han ido. Me alegro infinito replicó Manolo. El paso que ibas á dar no podía menos de acarrearte un grandísimo disgusto. Vuélvete á casa antes que llegue Velázquez, sube á tu cuarto y duerme tranquila. Verás cómo mañana, con la luz del día, se disipan esas nubes negras que ahora te atormentan.