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Al sentirla bajo su voluntad como un tapiz que se puede arrollar o desarrollar, con el pie, según el antojo, Ramiro hallose otra vez dueño de mismo; y su propio gesto victorioso despertó en su ánimo instintos de crueldad. Golpeó y estrujó a su amada más de una vez para arrancarla el secreto de la conspiración.

Los toros eran otra cosa. ¿De suerte, que no has tenido nunca ganas de matar a un hombre?... ¡Y yo que creía que los toreros...! Se ocultó el sol, perdió la pradera su fantástica iluminación, se apagó el río, y la dama vio obscuro y vulgar el paisaje de tapiz que tanto había admirado.

Anduvo otro buen pedazo del camino, y se detuvo de pronto. Aquí fue se dijo , y aquí debe de estar. Miró... y allí estaba: sobre un tapiz de apretado césped, y entre dos helechos y un guijarro.

Dicho esto, arrancó el contrato de las manos de su hermana, lo alargó a Fernando, el que lo hizo pedazos y los arrojó sobre el tapiz. Juanita contempló a los jóvenes con una dulce sonrisa, tendió hacia ellos sus manos, y dijo al notario con acento melodioso: Señor Perico, tenga usted la bondad de rehacer el contrato como estaba, y tráigamelo mañana... Ahora, déjenos: quiero estar sola con ellos.

Un momento después, sentados sobre un tapiz, hablaban tranquilamente. El morisco, en castizo castellano, informose de los principales señores de la ciudad, de sus genealogías, de sus parentescos. Entretanto, Aixa escuchaba la conversación palpitando de júbilo, y su mirada pasaba de uno a otro semblante como si comparase las facciones. El sol iba a ocultarse.

El tapiz tenía bajo el pie la consistencia de la tierra firme; los objetos manteníanse en grave inmovilidad y penetraba por las ventanas la brisa oceánica en suaves ráfagas; una brisa discreta que no hacía saltar la velutina de la epidermis ni ponía en desorden los peinados; una brisa regulada, domesticada como la que refresca los salones en las playas de moda.

¿Conocéis á... la reina? Ya dije á vuestra majestad... Dejáos de importunas majestades exclamó la dama con un acento en que había angustia, mirando de nuevo á la puerta cubierta por el tapiz ; tratadme lisa y llanamente como á una dama honrada, y concluid. ¿Ha visto alguien esta joya? ¡Señora! exclamó con el acento de un hombre profundamente ofendido Montiño.

Aquí es donde yo duermo la siesta cuando me canso de andar por el campo. En uno de los ángulos había una soberbia cama de roble tallado y enteramente negro por los años. Era una de esas camas del siglo XV que vuelven locos a los anticuarios. Las colgaduras antiquísimas también. Sobre los colchones estaba extendido un tapiz moderno de damasco.

La tomó el paje, y, ya con ella, alumbró a Mutileder, y mostrándole el camino, le dijo que le siguiera. Subieron ambos por una estrecha y larga escalera de caracol: llegaron luego a otra puertecilla; la abrió el paje; levantó un tapiz que había detrás, y él y Mutileder penetraron en una sala espaciosa y bien iluminada.

Habíais dudado de , señora dijo Montiño con acento de dulce reconvención. Habéis hecho mal, prevaliéndoos de la casualidad que puso entre mis manos esta joya. Perdone vuestra majestad... dijo el joven, y la dama no le dejó tiempo de concluir. ¡Mi majestad! exclamó con asombro, volviendo con terror el rostro á una puerta cubierta con un tapiz.