United States or Vanuatu ? Vote for the TOP Country of the Week !


La pluma, palpitando de emoción, vió los primeros encuentros, y no apartaba los ojos del que parecía ser rey del ejército por quien más tarde se decidió la victoria. El tal rey llevaba un casco de oro, armadura de bruñido acero, y oprimía los lomos de soberbio caballo tordo.

Parece que se me salta... ¡Jesús, madre mía! ¿Qué siento? ¡Pasos en mi cuarto! ¡Alguien ha entrado!... ¡Ah!, no, no hay nada: es como una pesadilla... ¡Cómo sudo, y qué sudor tan frío! ¡Si al menos me durmiera! ¿Pero cómo, si el corazón sigue palpitando fuerte?... Tengamos serenidad. Corazón, estate quieto.

Al terminar el siglo XIX, cuando nadie cree ya en nada, no puede menos de hacer brillante efecto un justiciero, un enderezador de entuertos. Marenval escuchó el relato de Tragomer con una atención apasionada, palpitando por sus episodios y estremeciéndose por sus peripecias.

¡Oh! tranquilizadme, señor, disipad esta duda de mi espíritu, acordadme esa prueba de vuestro amor. No, Marta, sólo mi mujer puede tener el mismo interés que yo en guardar este secreto. La viuda juntó ambas manos y suspiró acariciándolo con la mirada, y palpitando de emoción: ¡Mathys, Mathys, os lo ruego, os lo suplico! El día de nuestro casamiento conoceréis el secreto, antes no.

Y arriba, sobre la doble galería, clavadas en la crestería del tejado, colgaban lacias e inertes las banderítas rojas y amarillas, palpitando perezosamente cuando un suspiro fresco, enviado por el mar al través de la vega, arrastrábase sobre aquellas gentes aplastadas por la insolación, haciéndoles dilatar fatigosamente los pulmones.

Su mente se acaloraba ante la temerosa contingencia de que el almuerzo saliera mal. Pero si salía bien, ¡qué triunfo! El corazón le latía con fuerza, comunicando calor y fiebre a toda su persona, y hasta la pelota de algodón parecía recibir también su parte de vida, palpitando y permitiéndose doler. Por fin, todo estuvo a punto.

Al volverse el posadero hacia ella, el singular recuerdo dramático centelleó claramente ante en un par de versos: Dos almas con un solo pensamiento y palpitando acorde el corazón... Se trataba de Ingomar y Partenia, su mujer. Ni más ni menos.

Quedito, muy quedito, temeroso de que alguno me oyera, decía yo el nombre de la dulce niña, como si ella estuviera cerca de y pudiera escucharme y fuese yo a decirle: ¡Angelina; te amo, te amo! ¡Ámame! ¿Eres desgraciada? Yo también soy desgraciado. Vivamos uno para el otro; seamos, como dice el poeta: Dos almas con un mismo pensamiento Y palpitando acorde el corazón.

No; Angelina vivía para mi, yo vivía para ella; la desgracia y el amor habían unido nuestras almas, almas hermanas, nacidas una para otra, creadas para formar una sola: «Dos almas con un mismo pensamiento Y palpitando acorde el corazón». Sentado al pie de aquel naranjo, mudo testigo de nuestro amor, pensaba yo en Angelina, cuando llamaron a la puerta.

Su cuerpo fino, delgado, vestido con negra sotana, parecía una columna de ébano destinada a sostener aquella cabeza. Dejose anegar por la onda tibia, bebiendo lentamente su dulzura, palpitando bajo su caricia como un pájaro prisionero. Alzó los ojos a la ventana. Por entre las rejas percibió el azul del firmamento, trasparente, infinito, convidando a volar por él. El cielo reía.