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»Pisé, al fin, las playas de Sorrento; veía aquella deliciosa campiña que había pertenecido al duque de Arcos y que nunca había habitado.

Había visto otras playas; veía otras montañas; tenía á mis pies un amante joven, hermoso, que me trataba con el mayor respeto. Mis vestidos eran ricos; sentía perlas en mi cuello, y cuando me miraba en el espejo, veía que mi cuello era más nacarado que las perlas. Y no me acordaba de mis padres. Amaba la vida en que entraba, y me moriría por don Hugo. ¡Le amábais! dijo el duque de Lerma.

Siguiéronnos unos 12, y nunca se atrevieron á llegar, temerosos del indio Sinipé que á caballo nos acompañaba: fuése el indio Sinipé. Este dia caminamos 16 leguas; su sonda por las playas, de seis cuartas, lo demas de tres varas.

Y pensaba que aquellos insulares, contra los cuales su patria estaba en guerra, despues de todo no tenían más crímen que el de su debilidad. Los viajeros abordaron tambien á las playas de otros pueblos, pero por hallarlos fuertes, no trataron de su singular pretension.

Contraste humillante que se revela con dureza y como irrisoriamente para nosotros, sobre todo en las playas bravías, donde el mar arranca á los derrumbaderos guijarros que vuelve á lanzarles, que vuelve á traer dos veces al día, arrastrándolos con siniestro estrépito cual si fuesen cadenas ó metralla.

Así vio pasar todo el mes de marzo y llegar abril, y sin poder embarcarse para las playas amadas, donde ya se moría como él sabría morir.

Las playas de Ramírez y de Pocitos son atrayentes sitios de recreo donde la gente se reúne por placer; y los muchos lugares de paseo en coche, cerca de la ciudad o en los jardines públicos, dan una agradable idea de los rasgos característicos de la ciudad.

Isidro juraba de desesperación viendo que todas las personas que podían ayudarle se ausentaban de Madrid. No encontraba trabajo: los editores paralizaban sus negocios; ningún traductor necesitaba ayuda; los semanarios ilustrados llenaban sus páginas con grabados representando el veraneo de los reyes y de la aristocracia en las playas del Norte, sin dejar espacio para un mal artículo.

El viento la empujaba velozmente; pero los deseos de llegar a los primeros islotes del estrecho de Torres o de ver las playas australianas, que sentían vivamente los náufragos, habían hasta entonces resultado fallidos: no se veía sombra siquiera de tierra todo en redondo del horizonte.

Inefable contento llena los pueblos; lo que no es extraño, porque todo el mundo se llama Juan. La madrugada del 24 es la más poética de las 365 que hay en el año. No amanece, no, como en los demás días. Hay playas donde aparecen fantásticas ciudades. El sol no se presenta sobre el horizonte con la circunspección que parece inherente á sujeto de tanto peso y calidad, no.