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Y estalló fragorosa la borrasca... Hoy, desde aquella celda, parece percibir rumor de lucha encarnizada, pertinaz, violenta. ¡Son los cruzados de Simoun que acuden y se lanzan pujantes a la arena, son los nobles ilusos que pretenden ascender hasta el triunfo de su idea con el vuelo del águila gloriosa, sin otras alas que su sin mengua...! ¡No caerán como Icaro! está escrito : ¡Los que van con la patria siempre llegan!

Y se llevó heroicamente otra vez a la boca la varilla de bronce. Era inminente salvarla. El orgullo, sólo él, la precipitaba de nuevo a aquel infernal humo con gusto a sal de Chantaud, el mismo orgullo que me había hecho alabarle la nausebunda fogata. ¡Psht! dije bruscamente, prestando oído; me parece el gargantilla del otro día... debe de tener nido aquí...

El plato llamado at-tafayá, que por lo visto era un bocado esquisito para los árabes-andaluces, no parece segun la descripcion del historiador á quien seguimos muy digno de figurar hoy en el catálogo del Cordon-bleu. Reducíase á un mixto de albóndigas y pasta frito en aceite de semilla de cilantro. Cuando esto se cita como una memorable innovacion, ¡qué tal sería la cocina de los sultanes!

Considerando la Revolucion Americana como una cadena sucesiva de Revoluciones, que deben confundirse con un centro comun de la libertad en la república he creido deber vincular en este canto el presente y el porvenir de los dos grandes continentes, cuyas cataratas evoco. Su posicion geográfica parece estar indicando en el istmo de Panamá el lazo eterno que los debió ligar.

Yo llevo para el resto de mi existencia una carga pesadísima y al mismo tiempo dulce, pues cuanto más me abruma, más grata me parece.

Me sucede esto decía ella , y hablaba de sus irregularidades íntimas; ¿qué te parece que será? ¿Qué debo hacer? ¿Continuaré con tal medicamento o tendré que suspenderlo? Bonifacio palidecía, la saliva se le convertía en cola de pegar... ¿Qué sabía él?

Y es que procuro explicarle, para que usted no interprete mal. Si no concibo ahora su pasión, si me parece un desatino, es porque yo me engañé y pienso que usted se ha engañado también. Yo tengo la culpa, ya .

Por fortuna, San Nicolás le curó en seguida, soplándole en la cara. El niño se puso al punto muy alegre y pidió de beber. Yo y San Nicolás lloramos de alegría. ¡Palabra de honor! Los ojos de Pomerantzev se llenaron de lágrimas; pero se apresuró a secárselas, y añadió en son de broma: ¡Vaya un doctor San Nicolás! No se parece usted a él...

Aquellos nobles inválidos trabaron nueva y desesperada lucha, quizás con más coraje que la primera, porque las heridas no restañadas avivan la furia en el alma de los combatientes, y éstos parece que riñen con más ardor, porque tienen menos vida que perder.

Benítez y Frígilis veían en esto síntomas tristes. «Aquella voluntad se moría, pensaba Crespo; en otro tiempo Ana hubiera preferido pedir limosna.... Ahora cede... por no luchar». Y se le caían las lágrimas. «Si yo fuera rico... pero es uno tan pobre...». «Y, añadía, por supuesto, cobrar esos cuatro cuartos no es vergonzoso... a ella se lo parece... pero no lo es.... Ese dinero es suyo».