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Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron: -Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas.

Condesa, está usted un poco agitada manifestó , y creo que la soledad le será conveniente. Descanse usted si le parece, mientras yo acompaño a la señora hasta su coche. Dictó la orden sonriendo, pero con un tono tan autoritario que la señora Chermidy aceptó su brazo sin replicar.

El día de la partida, mientras miraba pensativa alejarse el coche que conducía a la estación a los dos jóvenes, Diana le dijo: Esta idea de Juan, de llevarse a mi hermano antes del fin de las vacaciones, es estúpida.

La viuda quedó como aplastada bajo el peso de tales pensamientos, hasta que el repiqueteo de la campanilla le dió la orden de bajar. Al pie de la escalera, vió que el visitante subía a un coche.

Déjese de miserias y cuéntenos algo de aquel Madrid, de aquel Madriiid... ¡Ay, qué Madrid de mis pecados! De allí á la gloria, señor conde. ¡Cuánto señorío!... ¡cuánto coche!... En los días que estuve allá con el chico no paré en casa un momento.

En tanto que esto pasaba, había persuadido el Corregidor a su primo don Juan que se viniesen todos con él a su casa; y aunque don Juan lo rehusaba, fueron tantas las persuasiones del Corregidor, que lo hubo de conceder; y así, entraron en el coche todos.

A los postres tenía las mejillas encendidas; los ojos, aquellos ojos incomparables, brillaban con fuego dulce y malicioso. Crean ustedes que mi mujer estaba guapísima en tales momentos. Tomábamos un coche y nos íbamos de paseo al Retiro. No quisiera marcharme de aquí me decía alguna vez . ¡Qué feliz soy! ¿Más que en el convento? le preguntaba riendo.

La señorita Guichard subió inmediatamente al coche, se fué á Courbevoie, vió á la niña, que se llamaba Herminia, la encontró á su gusto, dió quinientos francos á la nodriza y se fué colmada de bendiciones y llevando triunfalmente á su heredera. En su condición de mujer soltera, le pareció inconveniente el ser llamada mamá y enseñó á Herminia á llamarla "mi tía."

El chorrear de la fuente de Pontejos, es lo que se siente siempre, y alguno que otro coche que pasa por la Puerta del Sol... Son los trasnochadores, que se retiran.

A la Moncloa dijo Tristán al lacayo. La mayor estupefacción se pintó en los ojos de Reynoso, pero guardó silencio. Prontamente el coche dejó las cercanías de la estación del Norte y se internó en el largo y umbroso paseo de la Moncloa, que se hallaba en aquella hora completamente solitario. Tristán, con los ojos bajos y voz levemente enronquecida, principió al cabo a hablar.