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Aunque os hayáis escapado de algún pontón, no me importa. Si trabajáis bien os pagaré como a los demás. ¿Los otros compañeros son también irlandeses? No, son españoles. Me es igual. Con tal de que no sean ingleses, los acepto. Me despedí de él continuó diciendo Allen y vine corriendo aquí. Discutimos si aceptar o no la proposición y convinimos en que era lo más prudente.

Teresina iba a salir de casa de un día a otro. Petra aceptó sin titubear, temblando de alegría. Hasta que estuvo en el caserón de vuelta, no se le ocurrió pensar que aquella felicidad suya acarreaba la desgracia de muchos, y hasta cierto punto su propio daño.

¡Solterona!... Pues bien, acepto el augurio... 20 de octubre. Con gran desesperación de la abuela, Genoveva me envió al día siguiente los libros prometidos y desde entonces los leo y los devoro. Aunque la abuela dice que estoy ridícula con mis solteronas, la verdad es que las encuentro un serio interés. Mis estudios me deleitan y los continúo.

Sólo consintió el gavilán en perdonar a la paloma la vida, si el rey le daba de su propia carne cantidad igual en peso al peso de la paloma. Aceptó el rey el convenio y empezó a cortar pedazos de su carne y a ponerlos en una balanza, en uno de cuyos platillos estaba ya la paloma. Pero por más que el rey se despedazaba, nunca igualaba el peso del ave.

No, no por cierto: el servicio que habéis hecho á su majestad no hay con qué pagarlo. Demasiado recompensado estoy si por conoceros he servido á su majestad, y por servirla sois mía. Nada hay en el mundo que valga lo que este premio. Por lo tanto, esta provisión está demás... si la acepto, la pagaré.

El segundo devaneo de Serafina, en Milán, ya no fue espontáneo. Aceptó como aceptaba una contrata en un teatro, porque lo exigía el otro, Mochi. También ella creía de buen gusto guardar las formas; hacía como que engañaba a su amante y director artístico.

Yo la hice: yo acepto el castigo sin protesta, para pagar todo lo que debo; pero por lo mismo que esta es la ley, me parece que la infringen los que castigan en una hija inocente, como la mía, los pecados de una madre como la suya.

Por no regresar con ellos a Madrid prefirió quedarse a comer en la casa y partir en el tren que debía pasar a las nueve de la noche. En cuanto a Barragán, fue instado para que pernoctara allí, pero no aceptó. A la hora de obscurecer montó de nuevo a caballo y la emprendió hacia Villalba, donde pensaba dormir. Reynoso quedó haciendo comentarios alegres.

Mas con el tiempo su dolor se fué calmando: llegó á acostumbrarse y aceptó al cabo aquella triste y degradante situación, ya que su hija parecía feliz y Velázquez no dejaba de satisfacer ninguno de sus caprichos. Duró poco, no obstante, tal estado de satisfacción.

Aceptó el santo varón el partido, esperando que el tiempo, y mucho más la sangre de Jesucristo les ablandaría los corazones y darían aquellos frutos de bendición que su celo y sus fatigas les prometían; ni eran mal fundadas sus esperanzas porque Taricú, principalísimo, en nombre de todos, le dió las gracias de querer emplearse en provecho de sus almas; y las dió también á Nuestro Señor porque se había dignado de enviarles quien sin ningún interés suyo les enseñase el camino del cielo.