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Esta mañana dijo me contásteis una historia muy triste. Margarita, cuando estaba más loca, llamaba á su hermano Luis... vos os llamáis Luis, padre Aliaga; hace muchos años que pasó esto, y entonces debíais ser muy joven; ¿sois vos, acaso, el Luis que recordaba Margarita? Me habéis dicho que la hija de esa desdichada se parece mucho á su madre; cuando la vea podré deciros... ¿Queréis verla?

Señora dijo doña María temblando de cólera ciertas supercherías no producen efecto ante la declaración categórica de la ley. La ley no la reconoce a usted por madre de esa joven. Pues yo me reconozco y declaro aquí delante de los que me escuchan, para que conste con arreglo a derecho.

La dejé desahogarse, como solía hacer en estos casos, y a los pocos momentos ella misma volvió sobre , sin costarme palabra alguna, aplacando su enojo y suavizando bastante la aspereza de sus conceptos. Cuando, al fin, le dije: Hay que considerar que es tu madre, y con una madre no hay humillación posible.

A los cuatro años de matrimonio, el espada dio a su mujer y a su madre una gran sorpresa. Iban a ser propietarios, pero propietarios en grande, con tierras que se perdían de vista, olivares, molinos, grandes rebaños; un cortijo igual al de los señores ricos de Sevilla. Gallardo sentía el deseo de todos los toreros, que ansían ser señores de campo, caballistas y dueños de ganados.

Vi a tu abuela, a tu madre, a tu tía Úrsula, y, al marcharme, me dijeron: Espere usted, que también la Shele está mala. Entró la muchachita, muy pálida y muy triste, y saludó, sin levantar los ojos del suelo. Vamos, acércate le dijo tu abuela. Pude notar que la Shele sufría y que las comisuras de sus labios temblaban, como por un sufrimiento contenido.

Todas esas mamás son las que te han criado. Yo soy tu verdadera madre, la única madre, la que te ha dado el ser. El niño sólo comprendió que aquella señora le reñía, y se echó a llorar amargamente costando gran trabajo consolarlo a Germana. Ya ve usted, señora dijo ésta a la viuda , que nadie la retiene aquí, ni aun el marqués. He aquí mi ultimátum respondió la señora Chermidy altivamente.

La tía Alcaparrona había sacado de bajo de sus faldas una botella de vino para celebrar su buena fortuna en la ciudad. La prole salía a sorbo en el reparto, pero la vista del vino era suficiente para esparcir la alegría. Alcaparrón, con la vista puesta en su madre, que era la mayor de sus admiraciones, cantaba acompañado de las palmas que batían en sordina todos los de la familia.

El proceso de mi madre yo lo veía claro, lo que no ha sido obstáculo para que lo perdiese con todos los pronunciamientos, de modo que ha quedado completamente arruinada. Yo le he ofrecido toda mi fortuna y le he hecho un homenaje que me ha costado bien poco.

Dirigiose rectamente hacia el niño. El pequeño Gómez sintió miedo al ver a aquella mujer enlutada, y escapó corriendo hacia su madre. La señora Chermidy dio algunos pasos tras él y se detuvo en seguida en presencia de Germana. Germana se hallaba sola en el jardín con el marqués de los Montes de Hierro.

Dormían en habitaciones contiguas Julián y el marqués, pues Julián, desde su ordenación, había ascendido de categoría en la casa, y mientras la madre continuaba desempeñando las funciones de ama de llaves y dueña, el hijo comía con los señores, ocupaba un cuarto de importancia, y era tratado en suma, si no de igual a igual, pues siempre quedaban matices de protección, al menos con gran amabilidad y deferencia.