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Entrar en una de esas tiendas de montañés a tomar pescado frito y a beber vino blanco, ver cómo patea sobre una mesa una muchachita pálida y expresiva, con ojeras moradas y piel de color de lagarto; tener el gran placer de estar palmoteando una noche entera, mientras un galafate del muelle canta una canción de la maresita muerta y el simenterio; oír a un chatillo, con los tufos sobre las orejas y el calañés hacia la nariz, rasgueando la guitarra; ver a un hombre gordo contoneándose marcando el trasero y moviendo las nalguitas, y hacer coro a la gente que grita: ¡Olé! y ¡Ay tu mare! y ¡Ezo él; ésas eran mis aspiraciones.

La divina canción. La muchachita de Jerusalén. Siona entre los bárbaros. Mujercitas. La señora Jardincito. Túnez la Blanca. La famosa comedianta. Trenes de lujo. La Carrera. El cetro. El carro del Estado. Allá lejos. Al revés. En rada. En familia. Las hermanas Vatard. Apuntes parisienses. El demonio de la vida. Humos en el campo. Las sanguijuelas. El viejo calavera. Afrodita.

EL JUEZ. No lo dudo; pero, con arreglo a los informes de la Policía, usted fué sorprendido en un hotel de la calle de las Grandes Baldosas en compañía de una muchachita que no había cumplido los quince años; el padre y el hermano de la joven lograron del comisario un proceso verbal instruído a instancias suyas; la joven Elisa Machut declaró ante el oficial de Policía que había sido llevada a este hotel merced a pérfidos manejos, y que una vez encerrada con usted no había podido substraerse a sus galantes empeños.

Rió él ingeniero del tono solemne de la muchacha y acabó por besar su mano. Pero la miraba con la bondad protectora de las personas mayores que se complacen celebrando las malicias de una niña traviesa, y esto pareció contrariar á la hija de Rojas. Acabaré por reñir con usted. Se empeña en tratarme como una muchachita, cuando soy la primera dama del país, la princesa doña Flor de Río Negro.

Al entrar el ingeniero se dió cuenta de que la mujer había ido á sentarse en el fondo del establecimiento, lejos del mostrador y de las otras parroquianas. Su presencia produjo cierta emoción. La patrona le acogió con una sonrisa repugnante por su excesiva obsequiosidad. La muchachita tísica tuvo para él una mirada que creía de amor, y á Robledo le pareció de mendiga que implora una limosna.

Vea, don Ricardo así sabía decirme el viejo cada que yo le decía lo mismo: «lo hago por su bien, amigo Baldomero, porque yo no me he de casar otra vez... la muchachita es linda por demás y me la van a codiciar... y yo no puedo tenerla atada a los tientos... así que he creído que con la educación se le puede dar una defensa... para que pueda estar sola... y andar por donde quiera... sin peligrar...»

Un amigo fiel acababa de traer el aviso. La muchachita tísica arrojó el cigarro, escapando con un temblor cerval, que aún hacía más angustiosa su tos. La beoda abrió los ojos, miró en torno y volvió á cerrarlos, murmurando: ¡Que vengan! En la comisaría se duerme lo mismo que aquí. Elena se apresuró á huir.

Don Carlos Rojas estaba en la habitación principal de su estancia, sentado á la mesa con don Roque, el comisario de Policía del pueblo. Una muchachita mestiza se mantenía erguida junto á ellos, mirándolos con sus ojos oblicuos, en espera de órdenes.

Mirándole á usted creo que los años pasados vuelven á pasar, pero en sentido inverso, y todo lo recuerdo poco á poco... Ese joven se llamaba Ricardo, y tal vez se habrá casado con aquella muchachita de la Pampa á la que le daban un nombre de flor. Estos recuerdos, los únicos que resurgían en su memoria vivos y bien determinados, le inspiraron la amarga tristeza que infunde el bien ajeno.

Vi a tu abuela, a tu madre, a tu tía Úrsula, y, al marcharme, me dijeron: Espere usted, que también la Shele está mala. Entró la muchachita, muy pálida y muy triste, y saludó, sin levantar los ojos del suelo. Vamos, acércate le dijo tu abuela. Pude notar que la Shele sufría y que las comisuras de sus labios temblaban, como por un sufrimiento contenido.