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Allí, en aquel rincón del universo, vive Jesucristo.... ¡pero cuán solo!, ¡cuán olvidado! Julián se detuvo ante la cruz.

A los oídos de D. Peregrín llegó el rumor, se detuvo un instante y dirigió una mirada cobarde a Consejero. Después prosiguió con decisión su anécdota.

Y si no, aquí estamos entre cuatro paredes... Belarmino Pinto, que era quien hablaba, se detuvo a escoger vocabulario adecuado en donde escanciar la abundancia de su ideación. Pido la palabra para alusiones dijo Carmelo Balmisa, un sastre muy leído. Belarmino se volvió para mirarle, sorprendido, casi asustado.

Se pusieron en marcha, siguiendo siempre el mismo rumbo, pasando de una selva a otra y cogiendo frutas de vez en cuando, hasta que, después de una hora de camino, el Capitán se detuvo en un angosto llano rodeado de árboles.

Con un movimiento inesperado, Isidora la detuvo, y postrándose ante ella, exclamó con viva explosión de sentimientos nobles: «Señora, usted me echa de su casa, cuando yo esperaba que me recibiría usted con los brazos abiertos... Usted me aborrece porque no cree en mi derecho, y yo la adoro porque creo en él.

¡Ah! ¡el alguacil Agustín de Avila! exclamó el bufón, y pasó por sus ojos un relámpago de muerte. Pero de repente apretó de nuevo á correr, exclamando: Lo otro es primero... la reina... ¡Dios mío! Y entró en el patio del alcázar. Allí, de una manera involuntaria, superior á su resistencia, se detuvo de nuevo, y miró á una torre almenada que se veía por cima de las galerías en un ángulo del patio.

Dió una vuelta a la manzana, y tornó a detenerse bajo el farol. ¡Nunca, nunca! Hasta las once y media hizo lo mismo. Al fin se fué a su casa y cargó el revólver. Pero un recuerdo lo detuvo: meses atrás había prometido a un dibujante alemán que antes de suicidarse Nébel era adolescente iría a verlo.

El herido se incorporó al verme, y alzando su mano me dijo algunas palabras que resonaron en mi cerebro con eco que no pude nunca olvidar; ¡extrañas palabras! Aparteme rápidamente de allí y entraba por la puerta de la Caleta, cuando la de Rumblar, andando a buen paso tras de , me detuvo. Lléveme usted a mi casa. Si es preciso ocultarle a usted, yo me encargo.

Yo iba silencioso y angustiado; Mauricio me seguía diligente y respetuoso. La lluvia no invadió el valle, se detuvo en las montañas, descargó allí, y pronto fué despejándose el cielo. Allá, rumbo a Villaverde, centelleaban las estrellas del Carro. La tempestad seguía batallando, pero ya floja y desmayada, en lo más remoto de la Sierra.

Mira, añadió resueltamente mi mujer; déjame en la fonda; no quiero dar un franco por ver ese edificio; por una peseta está cavando un español todo el dia en el campo....» Sin embargo estos sermones de mi compañera, yo me dirigí al estanco, con el fin de comprar el documento que el conserje me reclamaba. Mi mujer lo notó, y se detuvo á despecho mio. No te empeñes, porque no voy.