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Indignado, colérico, estrujé la carta, y yo que no tuve en mis ojos una lágrima ni en los momentos de amortajar a mi tía, a quien tanto amé, a quien tanto debía yo, que tanto me quiso, que fué para como una madre, no pude resistir aquel nuevo dolor. Sentí que me ahogaba, y me eché a llorar como un chiquillo. ¿Qué te pasa? gritó Andrés asustado. ¡Nada! le respondí sollozando.

¡Buena la habéis hecho! dijo la señora María bajándose de una silla, á la que se había encaramado para fregar una vidriera, y viniendo hacia el cocinero mayor con un estropajo en la mano : ¡buena la habéis hecho, señor Francisco! ¿Pero qué he hecho yo? exclamó asustado el cocinero, porque le constaba que la señora María no hablaba nunca en balde.

Aquí hay que hacer un esfuerzo, don Simón dijo Lépero mientras el tabernero volvía . Es preciso, aunque sea con repugnancia, beber, y beber de largo. Pero, hombre respondió don Simón asustado , ¡si yo no pruebo jamás el vino! Es que nunca ha sido usted candidato. En fin, haremos un esfuerzo exclamó éste con heroica resignación.

Un mochuelo asustado se agita allí arriba, lanzando desagradable chillido. Una escalera practicada en el espesor del muro, permite subir hasta las almenas.

En medio de sus dolores ella se puso a sonreír, y, posando penosamente su mano en mi cabeza, murmuró con voz apenas perceptible: ¿Sin duda os he asustado mucho? Sus palabras, ligeras como un soplo, me embriagaron como un canto de paz; por un instante creí que iba a quedar libre del peso que me oprimía el pecho, pero me fue imposible llorar. ¿Cómo te encuentras? pregunté.

Intentaba sonreír como tomase a broma las palabras de Juanito, pero estaba ruborizada; se había detenido mirando al suelo, y tan turbados estaban los dos en medio de la calle, que el paraguas los dejaba al descubierto y la lluvia caía sobre sus hombros. El silencio era penoso. Juanito estaba asustado por la seriedad de Tónica. La costurera reflexionaba, y al fin habló.

Para aquella ausencia, para la necesidad que sentía de creer que vería a su padre en otro mundo, servíale sin embargo la religión; pero muy poco para consuelo de los propios males, para remediar las angustias del egoísmo asustado, de los apuros del momento que nacían de la soledad y la pobreza. El pánico de su abandono, que fue el sentimiento que venció a todos, no lo curaba la fe.

Tal vez algún viajero, asustado por su repentina aparición, fue menos compasivo que yo y le arrojó bajo las ruedas. ¡Vaya usted a preguntar a la noche lo que pasaría! Desde que le conocí terminó diciendo el amigo Pérez han pasado cuatro años.

¡Silvestre! ¡Silvestre! gritó al hallarse en la sala. ¿Qué demonios te ocurre, hombre? contestó á poco rato el mayorazgo, apareciendo en escena con el candil en la mano. ¿Qué ruido es el que he sentido sobre mi cuarto? ¿Á que te has asustado?... ¡Ja, ja, ja, jaaaa! ¡Pues el lance es para reir! Y ya se ve que .

Era un capricho. No lo conocía él, pero se había asustado». Que no, hija mía; que te juro.... Que , que ... Don Víctor tomó tila y acto continuo bostezó enérgicamente. ¿Tienes frío? ¡Frío yo!