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¿Y á qué has llevado á la cocina á ese tunante de Aldaba? dijo el cocinero, que ante todo quería conservar delante de aquel extraño su autoridad doméstica. Como tienes tan buen corazón, y el pobre vino llorando... Bien, bien dijo Montiño ; todo está muy bien: haces lo que quieres, porque yo te quiero. ¿Dónde están esos? En el cuarto de adentro. Pasó Montiño y el inflexible alguacil tras él.

El alguacil del Santo Oficio le había llevado en derechura al convento de Atocha, le había metido en la celda, y se había quedado guardándole por fuera. Cuando se vió allí Montiño, respiró un tanto.

Ya lo que quieren estas bribonas cuando detienen á una; que no van sino á meterle la mano en los bolsillos cuando está una más descuidada, contestando: "Váyase noramala la muy piojosa, y si no llamo á un alguacil."

Entónces explicó el alguacil lo que habia apuntado el abate. ¡Qué monstruos! exclamó Candido. ¿Cómo se cometen tamañas atrocidades en un pueblo que canta y bayla? ¿Quando saldré yo de este pais donde azuzan ximios á tigres? En mi pais he visto osos; solo en el Dorado he visto hombres. En nombre de Dios, señor alguacil, lléveme vm. á Venecia, donde aguardo á mi Cunegunda.

Mira qué caso le hace Juan. En efecto, el alguacil a cada vuelta en redondo que daba el alcalde, se llevaba el dedo pulgar a la boca y hacía la seña de empinar. Don Roque prefería encontrar a un barrendero o picapedrero en el ejercicio de sus funciones. Se acercaba a él cautelosamente por detrás, y le hincaba sus dedazos en el cuello.

Viendo Rinconete, pues, tanta disensión y alboroto, parecióle que sería bien sosegalle y dar contento a su mayor, que reventaba de rabia; y aconsejándose con su amigo Cortadillo, con parecer de entrambos, sacó la bolsa del sacristán, y dijo: Cese toda cuestión, mis señores; que ésta es la bolsa, sin faltarle nada de lo que el alguacil manifiesta; que hoy mi camarada Cortadillo le dio alcance, con un pañuelo que al mismo dueño se le quitó, por añadidura.

Silencio ahora, vecinas, porque van á abrir la puerta de la cárcel y ahí viene en persona Madama Ester. La puerta de la cárcel se abrió en efecto, y apareció en primer lugar, á semejanza de una negra sombra que sale á la luz del día, la torva y terrible figura del alguacil de la población, con la espada al cinto y en la mano la vara, símbolo de su empleo.

Terminó el alguacil de arreglar el tribunal y plantóse á la entrada de la verja, esperando á los jueces. Iban llegando, solemnes, con una majestad de labriegos ricos, vestidos de negro, con blancas alpargatas y pañuelo de seda bajo el ancho sombrero.

El cocinero mayor, desesperado, salió de la taberna y se fué paso á paso hacia el alcázar; pero al llegar á él se encontró con un alguacil del Santo Oficio, que le dijo: ¿Es vuesa merced el señor Francisco Martínez Montiño?... Yo soy contestó todo trémulo el cocinero al ver que se las había con un alguacil del Santo Oficio. Veníos conmigo.

Y acabó su razonamiento. Algunos hombres honrados que allí estaban se quisieron levantar y echar el alguacil fuera de la iglesia, por evitar escándalo. Mas mi amo les fue a la mano y mandó a todos que so pena de excomunión no le estorbasen, mas que le dejasen decir todo lo que quisiese. Y ansí, él también tuvo silencio, mientras el alguacil dijo todo lo que he dicho.