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El paso grave, lento, vacilante, acusaba de igual modo una armonía perfecta entre sus facultades psíquicas y corporales. No le faltaba a don Roque para alcanzar la bienaventuranza más que tropezar con un alguacil, o barrendero, o sereno, o picapedrero, con cualquier empleado, en fin, del municipio.

Mira qué caso le hace Juan. En efecto, el alguacil a cada vuelta en redondo que daba el alcalde, se llevaba el dedo pulgar a la boca y hacía la seña de empinar. Don Roque prefería encontrar a un barrendero o picapedrero en el ejercicio de sus funciones. Se acercaba a él cautelosamente por detrás, y le hincaba sus dedazos en el cuello.

Cuando nació lo mandaron al campo a criarse con la mujer de un picapedrero, por lo que decía él después que había bebido el amor de la escultura con la leche de la madre. En cuanto pudo manejar un lápiz le llenó las paredes al picapedrero de dibujos, y cuando volvió a Florencia, cubría de gigantes y leones el suelo de la casa de su padre.

En vez del admirable cincel que envidiaría el más hábil picapedrero, sólo posee una escofinita, y para abrir una morada á su frágil concha gasta esta misma concha. Con muy raras excepciones, el molusco es el ser tímido que sabe sirve de pasto á todo el mundo.

Si se desea el cruel entretenimiento de redoblar ese cuento de hadas, no hay más que exponerlas al calor. Entonces se exasperan, centellean y se vuelven tan hermosas, tan hermosas... que todo concluye. Llama, amor y vida acaban de evaporarse, todo desaparece á un tiempo. El picapedrero.

Dunstan Cass, al ponerse en marcha una mañana fría y húmeda, al paso tranquilo y mesurado de un cazador que tiene que ir a caballo al punto de reunión de una cacería, tenía que seguir el camino que, en su parte terminal, pasaba por el terreno sin cercar llamado la Cantera, en que se encontraba la casita antes la cabaña de un picapedrero que Silas Marner habitaba hacía quince años.

Y el pobre hombre, transformado tantas veces, vuelve a ser el picapedrero que trabaja rudamente por un mezquino salario y vive al día contento con su suerte. 55 D. Pedro Gómez de Aguilar tenía una magnífica finca cerca de la ciudad de Cabra. Un día del mes de noviembre le avisaron que sus colonos habían abandonado la finca a causa de una invasión de los moros.