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Allá, dormía un pirata con el cuello bajo la rueda del timón, de modo que, al menor movimiento de rotación, su cabeza debía quedar indefectiblemente destrozada. Un verdadero amanecer de orgía, ¡y de orgía de pirata!

En diciendo esto se fué, y el pastor me puso luego al cuello unas carlancas llenas de puntas de acero, habiéndome dado primero en un dornajo gran cantidad de sopas en leche. Y asimismo me puso nombre y me llamó Barcino.

Pues eso fue cabalmente lo que hizo, apretando a la hija de sus entrañas con un abrazo y estrechando con la otra mano la del marqués de Peñalta. Vosotros no me abandonaréis, ¿verdad, hijos míos? dijo el anciano levantando su noble rostro varonil bañado en lágrimas. Ricardo estrechó con más fuerza su mano. Marta apretó con más fuerza su cuello.

En Brienz nos detuvimos apénas el tiempo necesario para tomar un refrigerio y hacer enganchar un carricoche que debia llevarnos por el valle del Aar en direccion al canton de Unterwalden, pasando por el cuello de Brünig.

Mas que á horror movido á compasion Candido le dió á este horroroso pordiosero los dos florines que de su honrado anabautista Santiago habia recibido. Miróle de hito en hito la fantasma, y vertiendo lágrimas se le colgó al cuello.

»Pero no, aquél es el dominio de su amante, y aquél su cuello de lis y aquélla su mano encantadora. «¡Rosa, un dichoso proyecto te aguarda! ¿lo recuerdas? Y me dirás demasiado pronto, cruel, que el día viene.

En las casas pobres suelen vestirse los hijos con la ropa desechada de los padres. Allí, por el contrario, le hacían a D. José chaquetas de los gabanes viejos de Melchor, y todas las corbatas de éste pasaban, después de usadas, a decorar el cuello paterno.

Sin los retoques y aparatosos arreos con que se presentaba en público; envuelto el cuerpo en holgada bata de cachemira; cubierta la amplísima calva con un gorro griego; descuidados los blancos mechones de pelo lacio que sobresalían por debajo del gorro y por encima de las orejas; sin afeitar todavía, y mal tapadas las arrugas del pescuezo por el cuello escotado de su camisa de dormir, ¡cuán diferente era aquel marqués del marqués del salón de Conferencias del Congreso, y de sus propios salones de recibir, y de todos los salones de la aristocrática comunión a que pertenecía!

Los alguaciles quisieron en vano separarle; cuanto más tiraban de él, con más rabioso esfuerzo asía de los cuernos y del cuello del animal, que a su vez se arremolinaba y sacudía la cabeza para zafarse de unos y otros. Algunos de los que presenciaban la escena reían; otros la contemplaban con lástima. Al fin consiguieron arrancarle la presa.

A mi lado ya sabes que no puedes ponerte, porque todas las barreras están abonadas; pero estamos cerca. ¡Ay, llévame, Miguel! exclamó Julita saltándole al cuello. Llévame a los toros. ¿Tienes deseo? ¡Muy grande! Los toros me encantan. ¡Eso, eso! gritó Enrique entusiasmado. eres española de pura raza. ¡Pisa ese sombrero, chiquita! Y lo arrojó al suelo.