United States or Sint Maarten ? Vote for the TOP Country of the Week !


Cuando una peña se la ocultó, dejó caer las manos con dolor: después se limpió las mejillas, que estaban húmedas. Llevaba el corazón tan henchido de amor, de admiración, de entusiasmo, que Julita se vio necesitada a sufrir a diario, por algún tiempo, las descripciones que le plugo hacer de la bondad, sencillez e inocencia de la niña de Pasajes.

Habiendo asentido Julita con una docena de inclinaciones de cabeza, el chico comenzó a figurar que la comía los brazos, la cara, el pecho, las piernas, en fin, toda su diminuta persona. La niña se deshacía de gozo al verse devorada de tan gentil manera. ¿Te como más? Claro está. Julita deseaba que la comiese hasta no dejar rastro de ella.

¡Michel, Michel! dijo saliendo de su estupor doloroso y extendiendo hacia él los bracitos desnudos. Miguel se dirigió a ella mirando a todas partes como un ladrón que teme ser sorprendido. Al instante quedaron los dos confundidos en un estrecho abrazo: del cual abrazo resultó Miguel completamente despeinado, con la cara llena de baba y sin corbata. Julita la blandía en señal de triunfo.

A mi lado ya sabes que no puedes ponerte, porque todas las barreras están abonadas; pero estamos cerca. ¡Ay, llévame, Miguel! exclamó Julita saltándole al cuello. Llévame a los toros. ¿Tienes deseo? ¡Muy grande! Los toros me encantan. ¡Eso, eso! gritó Enrique entusiasmado. eres española de pura raza. ¡Pisa ese sombrero, chiquita! Y lo arrojó al suelo.

¿No es verdad que con esta mantillita blanca y estos rizos por la frente y estos ojillos entornados, soy capaz de dar el opio a cualquiera? , a cualquier cadete repuso su hermano por lo bajo. Julita quedó un segundo suspensa, y se puso otra vez encarnada; pero reponiéndose en seguida, le dio un pellizco, diciendo: ¡Ah granuja! ¿Qué correo de gabinete te ha venido a dar la noticia?

Después se volvió a casa, y fue cuando Julita le mostró la carta de Maximina. Los padrinos de los contendientes tardaron un día entero y emplearon toda la saliva de sus gaznates en discutir las condiciones del desafío. El punto más arduo era el de la elección de armas. El conde de Ríos, fundándose en que su apadrinado era el retado, creía tener derecho a elegirlas, y lo sostenía con gran calor.

El tigre, así que hubo terminado, descansó algunos instantes sobre la misma almohada de su víctima. Esta todavía se arrancaba la carne del pecho a puñados para ofrecérsela. Oyes, Julita, ¿cómo hace el gato? ¡Mau, mau! ¡Ca! no es así, verás como hace.

Aunque Julita le proporcionaba con su alegría infantil y cándido donaire gratísimos momentos, estaban amargamente compensados éstos por el malestar que le producía el carácter rígido, inflexible, de la brigadiera.

Después de muchos ruegos, y anunciando con empeño «que físicamente valía pocolo sacó de una cartera donde lo llevaba. ¡Pues no tiene nada de fea! exclamó Julita. Al contrario, es una cara muy simpática... A Miguel se le ensanchó el corazón, y se dibujó en sus labios una sonrisa beata. ¿Sabes a quién se parece un poco?... A Clarita Mazón... Clarita Mazón era una joven bastante linda.

Sólo así lograba entrar en su gracia. Poco tiempo después de haberse trasladado Miguel, fue testigo de una de las más repugnantes escenas de este género. Cuando terminó con el piano una mañana, Julita se fue al comedor, y motu propio, por su extremada inclinación al aseo, sacó toda la vajilla de los armarios y se puso a limpiarla esmeradamente y a colocarla de nuevo en su sitio.