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Las espinas de la vida hieren mis carnes; el frío de la vida hiela mi corazón. ¡Glorioso sol, llévame contigo, llévame por encima de las montañas y las olas, sobre las verdes llanuras y las espumas del Océano; llévame lejos del triste sueño de la existencia, a reposar bajo tu pabellón tejido de estrellas! He visto a mi hijo inocente padecer horribles martirios.

, era ella, que le había reconocido el día anterior mucho antes de que él la mirase, formando inmediatamente el propósito de venir en busca suya. Podía pegarle, como la última vez que se vieron; estaba dispuesta á sufrirlo todo... ¡pero con él! Sálvame, Ulises; llévame contigo... Te lo pido más angustiosamente que en Barcelona. ¿Cómo estás aquí?...

A mi lado ya sabes que no puedes ponerte, porque todas las barreras están abonadas; pero estamos cerca. ¡Ay, llévame, Miguel! exclamó Julita saltándole al cuello. Llévame a los toros. ¿Tienes deseo? ¡Muy grande! Los toros me encantan. ¡Eso, eso! gritó Enrique entusiasmado. eres española de pura raza. ¡Pisa ese sombrero, chiquita! Y lo arrojó al suelo.

Y como yo quisiese salir a enviar por médico, «no llames a nadie, Florela, me ha dicho, que no quiero que nadie vea el triste espectáculo del dolor que en causa la no esperada y tirana desventura mía; y llévame a tu lecho, amiga Florela, mientras que pasa esta cruel fuerza del dolor que me acaba

También digo yo exclamó D. Valentín lo mismo que decía usted hace poco cuando me oyó hablar de la imitación de Agatocles: todo eso me parecería muy bien si para dejarme frío no acudiese á mi mente esta frase proverbial: que no puedes, llévame á cuestas. ¿Cómo quiere usted que paguen nada los cubanos libres?

Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua y más llevar los pies mojados." Yo que vi el aparejo a mi deseo, saquéle debajo de los portales y llévelo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y dígole: "Tío, este es el paso más angosto que en el arroyo hay."

¿Ana, adónde vas? ¿Qué tienes, Ana? ¿Salir del cuarto a estas horas? ¡Ana! ¡Ana! Déjame, niña, déjame. Hoy, yo tengo fuerzas. Llévame hasta la mitad del corredor. ¿Del corredor? : voy al cuarto de Lucía. Pues bueno, yo te llevo. No, mi niña, no se sentó un momento, con Sol a sus pies, le abrazó la cabeza, y la besó en la frente. Nada le dijo, porque nada debía decirle.

Bendigo mis errores, de cuyas tinieblas saqué la luz de mi experiencia y la certeza del destino que tenemos las plumas. Llévame, amigo, llévame por ahí, pronto, que hay mucho que ver y mucho que estudiarCorrieron, volaron, y la pluma no se cansaba de sus observaciones especulativas.

¿Deseas volver a aquella horrible prisión, más cerrada y más sombría que la casa de los Requejos? le dije con exaltación, estrujando sus manecitas entre las mías. Más vale esperar me contestó . Llévame a mi casa. ¡Otra vez allá! exclamé deteniéndola en su marcha con la barrera de mis brazos, que hubieran querido ser muralla indestructible para separarla del resto del mundo . ¡Otra vez allá!

Alzó la manecita sin hablar y apuntó a una casucha que se alzaba no muy lejos sobre la misma carretera. Llévame, anda. Y le cogió de la mano dirigiéndose hacia ella. Era de ver el encogimiento singular y la expresión de dolor y angustia con que el chiquillo caminaba, lo mismo que si le fuesen a ahorcar. La hermana no hacía alto en ello.