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El porvenir, antes tan negro se había vuelto de color de rosa. Mauricio, á quien creía indiferente y orgulloso, era tierno y amante. No había pensado más que en reunirse con ella y ciertamente, en cuanto hablase con él cinco minutos, se presentaría en el castillo.

Era la voz de Ángela que llamaba a Rosa: ¡Rosa, Rosa, Rosaaa! Iba gradualmente alzando el tono. Después, como la casa era muy chica y había gran silencio, la oyeron decir por lo bajo: ¡Madre mía, si no está en la cama! Y después gritar con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Padre, padre! Levántese, padre; Rosa no esta aquí, Rosa no está aquí, padre...

Dios te colme de santas bendiciones Apretando los duros eslabones Que separan del vicio á la virtud, Y tierna madre, enamorada esposa, Mire brotar pimpollos de mi rosa Para aliviar mi ingrata senectud.

La mozena dió dos pasos dentro de la habitación, y confidencialmente relató: Estos señoritos son el diablo.... Ya ve, a usted la cortejaba, como quien dice, y lo mismo hacía con Rosa la del Molino. Carmen movió lentos los labios para decir: Rosa....

; usted «no caerá».... Como usted apenas sale de casa, no conoce a la mocedad de Rucanto.... Pues es una, aparente ella, pinturosa de la rama y de mucho empaque.... Carmen volvió a decir, como en un delirio: ¡Rosa!... Y a tal punto oyéronse más lamentables y distintos unos grites agudos en el fondo de la casa.

El único autor moderno, que habla de ella, es Martínez de la Rosa en sus Obras literarias, lib. II. Herrera, entre los más antiguos, cita varios pasajes en sus Comentarios á Garcilaso. Sevilla, 1588, pág. 541.

A nuestro joven le pareció tan linda en aquel momento, sin saber por qué, que, después de contemplarla extasiado un rato y sentir cierto cosquilleo tentador por el cuerpo, se arrojó a decir en tono de burla, pero con voz temblorosa: no quieres a nadie más que a , ¿verdad, Rosa? ¡Ya lo creo!... Lo mismo que usted a . ¿De veras? ¡Vaya! El tono de la joven era irónico.

Y viendo que la chica le miraba cada vez con más sorpresa: ¡Abre los ojos, tunanta... abre los ojos!... Acaba de decirme que quiere ser tu marido. Rosa frunció repentinamente el entrecejo, y después de un instante de vacilación, en que temblaron sus labios, como para decir muchas cosas a la vez, dejó escapar estas palabras secamente: Falta que yo quiera ser su mujer.

Como usted lo oye, querida... Tiene una rosa, otro negro y otro encarnado... El que usted ve es el encarnado... Es indigno de una joven... Alcé los ojos para contemplar a mi vez el famoso sombrero indigno, y me vi en la sombra de la capilla el perfil de Francisca Dumais debajo del sombrero incriminado. ¡Pobre Francisca! Era de ella de quien hablaban...

Y mientras llevaban a cabo este retoque criminal, eran las exploraciones sin término, las rebuscas furiosas sobre el mármol del tocador, al través del bosque de frascos y cajas, persiguiendo objetos que aturdidamente tocaban sin reconocerlos. ¿Dónde estaba el polvo rosa? ¿Y el paño de Venus? ¡Adiós! ¡ya no quedaba una gota de «piel de España»! La mamá, con la manía de embellecerse que la había acometido a última hora, era una calamidad para las niñas.