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Al último, y después de grandes recomendaciones para que no dijera nada a mi madre, la Iñure me contó que mi tío Juan se había hecho pirata, que le habían llevado a un presidio de Inglaterra, donde estaba preso con cadenas en los pies y unas letras impresas con un hierro candente en la espalda. Por eso, aunque vivía, no podía venir a Lúzaro.

Iriberri me dijo que la urca en donde navegó mi tío se llamaba El Dragón y que era de una Sociedad franco-holandesa, y me dió tales detalles, que quedé convencido. Según él, mi tío, si no se había escapado o no había muerto, seguiría en presidio. Su final lo desconocía, pero era indudable que mi tío, después de andar en algún barco negrero o pirata, había sido preso.

Estás loca decía el pirata subiendo al puente con un paso aún pesado y vacilante ; pero si me has despertado por nada... Mire respondió Melia presentándole un anteojo con una mano, mientras que con la otra designaba un punto blanco que se veía en el horizonte. ¡Maldición! gritó Kernok después de haber mirado atentamente, y llevó vivamente el aparato al ojo izquierdo . ¡Mil rayos!

Vamos basta de lloros, bésame, y que no vuelva a verte hasta después del baile, si es que no dejo la piel. Melia se puso talmente pálida, que se la hubiera podido tomar por una estatua de alabastro... Kernok... déjeme a su lado murmuró, y arrojó sus brazos al cuello del pirata, que se estremeció un momento y después la rechazó. ¡Vete! exclamó ; ¡vete!

Decid más bien que ha muerto, repuso el capitán. Ambos se han hundido en las aguas como un plomo. No me pesa, dijo el barón; que si bien no he podido cumplir mi voto, el tal pirata se ha portado como valiente en la lucha, ha muerto como tal y hubiera sido lástima ahorcarlo cual si se tratara de uno de esos menguados que lo acompañaban.

Febrer torció su marcha, evitando aproximarse a Can Mallorquí. Fue hacia la torre del Pirata, pero al llegar cerca de ella continuó su camino, no deteniéndose hasta el mar. La costa de roca, que parecía cortada a pico sobre las aguas, estaba quebrantada por el embate de éstas durante siglos y siglos.

Debían ser mozos del cuartón que escogían las inmediaciones de la torre del Pirata para encontrarse arma en mano. Aquello no iba con él; a la mañana siguiente se enteraría de lo ocurrido. Abrió otra vez el libro, intentando distraerse con la lectura; pero a las pocas líneas se levantó de un salto, arrojando sobre la mesa el volumen y la pipa. ¡Auuuú!

Sin embargo, el intrépido Piddington no la adora: muy al contrario, habla de ella sin contemplaciones, apellidándola corsario demasiado robusto, pícaro pirata que abusa de sus fuerzas y que nadie debe encapricharse en combatir, sino que ha de huirse de su presencia, sin sentirse deshonrado por esto. Enemigo tan pérfido os tiende á veces un lazo.

Al juzgar el pasado en los libros, la conducta de la Gran Bretaña se nos presenta como una crueldad; juzgando aquí, aquella conducta es un remordimiento; un remordimiento para esa nacion, que no se puede definir; misionera hoy, pirata mañana, siempre temible, formidable siempre. Visto Napoleon en esta pobre cueva, puede decirse que es más grande muerto que vivo.

El marinero de aquella época correría hoy el peligro de que se le acusara de pirata ante un tribunal. Por ejemplo, poca duda podría abrigarse que los tripulantes del buque de que hemos hablado, aunque no de lo peor de su género, habían sido culpables de depredaciones contra el comercio español, de tal naturaleza, que pondrían en riesgo sus vidas en un moderno tribunal de justicia.