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Esta frase no expresaba para Zapiain mas que el contento de vivir tranquilo y satisfecho, sin guerras ni trifulcas. Uno o dos meses después de llegar yo a Lúzaro, en la relojería se comenzó a hablar a todas horas de las minas de hierro que se estaban explotando en Izarte, y del embarcadero que se iba a construir en un extremo de la playa de las Animas.

Lo que dice Cincunegui en sus Recuerdos de Lúzaro está tomado de la historia del Perú y de Venezuela. De sus Recuerdos tomo estos datos, para dar una idea de mi terrible antepasado: «Lope de Aguirre nació en el primer tercio del siglo XVI, y era vizcaíno. No se sabe de qué pueblo. En el siglo XVI aparecen tres casas de Aguirre importantes: una de Oyarzun, otra de Gaviria y otra de Navarra.

¡Gracias, Egan-suguia! ¡Muchas gracias! dijo Mary . ¡No es verdad que comes a los chicos; eres muy buena y prestas tu casa a los que van por el monte! Adiós! Llegamos a Lúzaro y llevé a Mary a casa de Recalde. Ella estaba tranquila, pensaba que tendría que trabajar pronto. En cambio, mi inquietud era grande. Comprendía que estaba enamorado.

¡Lúzaro! exclamó el viejo . Yo he conocido a alguien de Lúzaro. ¡Ah, ! añadió, llevándose la mano a la frente . El piloto de El Dragón ... Tristán, Tristán de Ugarte. Tristán de Ugarte era el nombre con que el médico de Elguea había extendido la partida de defunción de mi tío, y El Dragón el nombre del barco en donde había navegado Juan de Aguirre, según me contó Francisco Iriberri.

Ten cuidado añadían . Machín tiene malas entrañas. Me parecía una amenaza ridícula. Era verdad que, al toparse conmigo, me miraba de través; pero no pasaba de ahí. Machín, apenas estaba en Lúzaro; tenía un magnífico pailebot de recreo bastante grande, muy fino, hecho en Inglaterra, y se marchaba a pasear por el mar. El primer domingo que pasé en Lúzaro fué uno de los días más felices de mi vida.

Y ahora, ¡absurdo cambio de opinión!, me digo muchas veces: No vale la pena de vivir fuera de aquí. Hace un mes no quería pensar en quedarme en Lúzaro; me parecía una locura cambiar esas horas de indolencia y ensueño de los días de navegación, por la vida de un pueblecillo triste, aburrido, lleno de preocupaciones y de mezquindades.

Hoy no debe pasar esto, no porque las mujeres se hayan hecho más humildes, sino porque apenas quedan en Lúzaro marinos de altura, con lo cual las mujeres tendrán, de grado o por fuerza, que soportar a sus respectivos esposos, todos los días del año. El caso de mi amigo Recalde, padre del actual antropólogo, que me contaron en la relojería, me pareció sintomático.

Joshepe Tiñacu era de esos marineros holgazanes y borrachos que se pasan la vida en el puerto con las manos en los bolsillos. Muy de tarde en tarde se embarcaba y volvía pronto a Lúzaro. Continuamente andaba de taberna en taberna y de sidrería en sidrería.

Mi abuela, doña Celestina de Aguirre, no quería a mi padre; después de pasados muchos años la he oído hablar en contra de él. Es muy triste que el rencor de las personas alcance hasta los muertos; pero, ¿quién no tiene algo de podrido en el alma? Los motivos de mi abuela para no querer a mi padre eran un tanto lejanos. Mi padre había nacido en Elguea, pueblo rival de Lúzaro.

Pasé con Wilkins cerca de ocho años, y al cabo de éstos mi capitán se retiró, ya viejo, a Sidney; yo fui a Manila, y desde Manila a Cádiz. Iba a entrar de piloto en la derrota de Cádiz a Filipinas. Mi madre me llamó, y volví a Lúzaro. Entonces conocí a la Shele. La Shele era hija de una familia de buena posición que se había arruinado. Tenía algún parentesco con mi madre.