United States or Philippines ? Vote for the TOP Country of the Week !


Por dar una opinión tan sensata y desapasionada, fuí calificado de pancista y de pastelero. Si hubiese sido ya antropólogo entonces el hijo de Recalde, hubiera encontrado, probablemente, que todos ellos tenían la cabeza redonda y que por eso eran tan absolutistas y violentos. Mi madre quería que, aprovechando mi licencia, me casara.

Hoy no debe pasar esto, no porque las mujeres se hayan hecho más humildes, sino porque apenas quedan en Lúzaro marinos de altura, con lo cual las mujeres tendrán, de grado o por fuerza, que soportar a sus respectivos esposos, todos los días del año. El caso de mi amigo Recalde, padre del actual antropólogo, que me contaron en la relojería, me pareció sintomático.

Así que fue viva su sorpresa al recibir un día la visita del artista en traje de ceremonia. La esposa del antropólogo no estaba sola. Su hija Presentación bordaba a su lado cerca del balcón. El artista avanzó con tan amable sonrisa que su boca se dilataba de un modo imponente. Buenas noches, D.ª Carolina... ¡digo no! Buenos días, D.ª Carolina; buenos días, Presentacioncita.

Después le dejó casi todo el dinero, que llevaba en el bolsillo. Pues bien, el célebre antropólogo estaba pesaroso, descontento de mismo. Sabía muy bien que los llamados sentimientos de humanidad y filantropía son, como el sentimiento religioso, peculiares de las sociedades primitivas.

Sin embargo, aquel largo, vueludo gabán, que el gran antropólogo gastaba desde su memorable conversión a las ciencias positivas, llamaba la atención de los transeúntes. La llamaba especialmente cuando el viento, introduciéndose entre sus pliegues, lo agitaba. Entonces el insigne fisiólogo tomaba la apariencia de un negro bergantín desplegando sus velas para alguna lejana región desconocida.

A las once de la mañana subió el antropólogo a su laboratorio, echó cuidadosamente el pestillo de la puerta y se dirigió al oscuro desván donde yacía su nieto. Había llegado el momento supremo. Desatolo, le quitó la mordaza y, después de reanimarlo con palabras y caricias, lo llevó a la pieza más clara de la guardilla y lo sentó sobre una mesa que tenía al objeto preparada.

Hemos estado escuchando por no faltar a la hospitalidad; ya mi paciencia se ha acabado y no toleraré que usted pronuncie otra sola palabra... Los demás clérigos se levantaron también, y pálidos y trémulos y clavando en nuestro sabio antropólogo miradas de indignación, gritaban agitando los puños: ¡Eso es!... ¡No debemos escucharle!... ¡A la calle!... ¡a la calle!

Todo sonreía, pues, a la familia del célebre antropólogo, el cual no cesaba un instante en sus indagaciones preparando a sus descendientes gloria inmortal. El descubrimiento del origen del pensamiento, aunque no realizado todavía, se hallaba en camino.

Doña Fredes le miró un buen espacio con fijeza y severidad. Al cabo dijo: Todavía no te he presentado a unos señores que han venido hoy por primera vez a esta casa, los señores de Costa... Mi hijo menor Adolfo añadió presentándolo a Mario y Carlota. ¡Ah! ¿Eres , Mario?... ¿Y usted, Carlota? exclamó el joven antropólogo fingiendo sorpresa y con un semblante tan colorado que daba miedo.

¡Silencio! exclamó el antropólogo con terrible mirada. Y sacando al mismo tiempo del bolsillo del gabán un enorme cuchillo resplandeciente, añadió: Como digas una sola palabra te corto ahora mismo el cuello. El niño quedó paralizado por el terror. Hizo un pucherito y pronto rompería a gritar si el fisiólogo con certero movimiento no le hubiese tapado la boca.