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Le conozco: el pobre mozo iría a presidio por tu culpa. La advertencia era inútil. Para evitar la venganza de Rafael, había mentido ella, fingiendo sus crueles desvíos. Fermín continuó hablando con tono sombrío, pero imperiosamente, sin admitir réplica.

Nabuzan continuó: Mi cuerpo y mi corazon son propensos al amor; á la primera de estas dos potencias le sobran satisfacciones, que tengo cien mugeres á mi disposicion, hermosas todas, complacientes, obsequiosas, y voluptuosas, ó fingiendo que lo son conmigo.

Chica, has soñado con algún príncipe ruso. Las de Ferraz, que ya estaban allí, rieron la gracia, fingiendo no encontrarle malicia. Los demás callaron, sorprendidos ante la audacia. Emma no vio el epigrama; Bonis tampoco.

Entre los hombres envilecidos que el gobierno femenil empleaba como máquinas de trabajo eran muchos los que habían abierto sus ojos á la verdad, pero lo disimulaban fingiendo seguir en su antiguo embrutecimiento. Ra-Ra contaba con el auxilio de muchos partidarios, que se encargaban de mantenerle oculto.

Ya estaba arrepentida de su proposición. Dejaba transcurrir el tiempo pasando infinitas veces el cuchillo sobre las hilas, con los ojos bajos, fingiendo gran atención a la tarea que tenía entre manos. Al fin, haciendo un supremo esfuerzo, tomó la tableta, y levantando la cabeza hacia su cuñado, le dijo con afectada indiferencia: Cuando quieras. Gonzalo, con mano vacilante, bajó la ropa.

El viejo se apoyaba en el brazo del mancebo, fingiendo fatigarse para oprimírselo cariñosamente, mientras la luz de los cielos, la pureza del aire y el penetrante aroma que se alzaba de los terruños soleados parecían envolverles en la bendición suprema del verdadero Dios.

Ambos evitaban que en sus conversaciones surgieran ciertos nombres; pero una noche se habló, no por qué, de Juanito Santa Cruz. «Anda dijo Fortunata , que ya se habrá cansado otra vez de la tonta de su mujer. A bien que ella se tomará la revancha...». No lo creo... Pues yo ... afirmó la prójima fingiendo convicción . ¡Bah!

La infeliz se abanicaba, fingiendo poco interés en el asunto, y hacía esfuerzos para aparecer serena y ahuyentar de sus mejillas el borbotón de sangre. «Bueno... pues ahora, Refugio, vamos a hablar de otra cosa. Yo he venido a pedirte un favor». ¿Un favor? dijo la otra con vivísima curiosidad.

¡Na: que no hay mas que un hombre!... decía en voz alta, como si hablase con él mismo, fingiendo no ver a los que se aproximaban . ¡El primer hombre del mundo! ¡Y el que crea lo contrario que hable!... ¡El único! ¿Quién? preguntaban los amigos burlonamente, aparentando no comprenderle. ¿Quién ha de ser?... Juan. ¿Qué Juan?... Aquí un gesto de indignación y de asombro.

Si Juan Pablo salía por la tremenda, quizás era mejor, porque así no estaba Maximiliano en el caso de guardarle consideraciones; pero si se ponía en un pie de astucias diplomáticas, fingiendo ceder para resistir con la inercia, entonces... Esto ¡ay!, lo temía más que nada. Pronto había de salir de dudas.