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Me acuerdo, sin embargo, con una memoria vivísima, de los primeros años de mi niñez. Miraba la vida como pudieran mirarla los hijos del Príncipe de Gales o los de un Rothschild. Todo lo que me rodeaba, mientras vivió mi padre, era pobre y de una mediocridad bastante marcada; pero yo lo encontraba de una belleza, de una abundancia y de un gusto excepcionales.

La infeliz se abanicaba, fingiendo poco interés en el asunto, y hacía esfuerzos para aparecer serena y ahuyentar de sus mejillas el borbotón de sangre. «Bueno... pues ahora, Refugio, vamos a hablar de otra cosa. Yo he venido a pedirte un favor». ¿Un favor? dijo la otra con vivísima curiosidad.

«A ver, ¿qué tal?... ¿cómo es?... ¿es guapahabía preguntado doña Lupe a Nicolás con vivísima curiosidad. Aunque el insigne clérigo no tenía cierta clase de pasiones, sabía apreciar el género a la vista. Hizo con los dedos de su mano derecha un manojo, y llevándolos a la boca los apartó al instante, diciendo: «Es una mujer... hasta allí». Doña Lupe se quedó desconcertada.

Pero lo que resaltaba claro para en su carta para que lo conocía era la desesperación de celos que lo llevó al suicidio. Ese era el único motivo; lo demás: sacrificio y conciencia tranquila, no tenía ningún valor. En medio de todo quedaba vivísima, radiante de brusca felicidad, la imagen de María. Yo el esfuerzo que debí hacer, cuando era de Vezzera, para dejar de ir a verla.

Feliciana había salido a abrir con el quinqué en la mano, porque lo llevaba para la sala, y a la luz vivísima del petróleo sin pantalla, encaró Maximiliano con la más extraordinaria hermosura que hasta entonces habían visto sus ojos. Ella le miró a él como a una cosa rara, y él a ella como a sobrenatural aparición.

Había en muchas disparidades, mi condición de estudiante estaba en ridículo desacuerdo con mis disposiciones morales, evitaba como una nueva humillación todo hecho que pudiera recordarnos a los dos aquellos contrastes. Desde hacía algún tiempo mi susceptibilidad, en punto a ellos, se había hecho vivísima.

La representacion de lo externo considerada subjetivamente, como puro fenómeno de nuestra alma, la tenemos continuamente sin que le correspondan objetos reales: mas ó menos clara, en la sola imaginacion durante la vigilia; viva, vivísima, hasta producir una ilusion completa, en el estado de sueño.

A resurgir de allí su espíritu se figuraba que volvía, no ya bañado, sino impregnado de luz vivísima, que sólo podía pasar inmediatamente a otras almas y no mediatamente por los sentidos corporales y groseros.

Únase á esto el misterio de que la rodeaba la creencia general de que poseía una facultad sobrenatural, la de adivinar y predecir lo futuro y se comprenderá la impresión vivísima que produjo en los tres hidalgos ingleses.

El día era apacible: luz vivísima acentuaba el verde chillón de las acelgas y el morado de las lombardas, derramando por todo el paisaje notas de alegría. Anduvo y se paró varias veces la anciana, mirando las huertas que recreaban sus ojos y su espíritu, y los cerros áridos, y nada vio que se pareciese a la estampa de un moro ciego tomando el sol.