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Los peones de las canteras vivían como bestias, ¿pero acaso comían y dormían mejor los labriegos del interior de España? Para muchos, la vida de las minas hasta constituía un mejoramiento de su bienestar, comparada con la existencia mísera de bestias desamparadas que llevaban en sus terruños los años de sequía y mala cosecha.

La ciudad, ensanchándose, amenazaba tragarse al huerto con su desbordamiento de casas, y el tío Tòfol, a pesar de hablar mal de sus terruños, temblaba ante la idea de que la codicia tentase al dueño y los vendiese como solares. Allí estaba su sangre; sesenta años de trabajo.

Un hechizo maléfico parecía esterilizar los terruños, parar los molinos, los tornos, los telares, descoyuntar el brazo del menestral. Muchos no sabían ya cómo ganar el sustento y salían a hurtarlo donde lo hallasen. Se vivía en la incertidumbre del bocado; el pan se hizo una presa.

Pablillos sentía en su sangre hervor de vida, escozor de danza, cerril impulso de zapatear la tierra y lanzar a los vientos largos cantares agudos que rebotasen en los collados. La primavera prestaba a los trigales undoso brillo de sedas; ¡verde y plateada casulla sobre el buriel de los terruños!

Pues la han enviado á su pueblo con todo lo necesario para comprarse unos terruños y un par de vacas. Me han dicho que la echó doña Cristina, después de una escena algo fuerte... Pepita parece embobada ante Urquiola. Tal vez no le tenga gran voluntad, pero la mamá los aproxima, y ya verás como esto acaba en boda.

Sólo en nuestra sociedad heterogénea, libre de escrúpulos y distinciones, se da el caso de que un hidalguete, poseedor de cuatro terruños, o un empleadillo de mediano sueldo, se confundan con marqueses y condes de sangre azul, o con los próceres del dinero, en los centros de falsa elegancia; que se junten y alternen los que explotan la vida suntuaria por sus negocios, o sus vanidades, o bien por audaces amoríos, y los que van a bailar y a comer y departir con las señoras, sin más objeto que procurarse recomendaciones para un ascenso, o el favor de un jefe para faltar impunemente a las horas de oficinas.

Durante la primera le dominaron los recuerdos confusos del pueblo con sus faenas y labores; acordábase de las conversaciones en que la tierra era la preocupación de todo el año, y empeñándose mentalmente en resucitar sus impresiones, se esforzaba en reconstruir, con reminiscencias vagas y sensaciones olvidadas, aquellos días que no habían de volver jamás; las lluvias primaverales que hacían entrever los carros repletos de doradas gavillas; el estío con las llanuras serpeadas por surcos que parecían encender el aire en la irradiación de sus terruños abrasados; el otoño con sus frutas mal sujetas a la cargada rama, convidando al paladar a refrescarse con su azucarado jugo; las tardes con sus vientecillos impregnados de perfumes, y las calladas noches envueltas en misterios, poblaban su pensamiento de ensueños indecisos.

Un capitán con vagas noticias de una tierra nueva encontraba siempre un cura poseedor de ahorros, un escribano ávido, un hidalgo capaz de vender sus terruños, que se asociaban con él para la aventurera empresa, facilitando capitales con los que se adquirirían barcos, armas y víveres. El rey sólo daba su licencia, reservándose a cambio de ésta el quinto de las ganancias.

La tierra roja abundante en piedras se compra á metros hasta en los rincones más desiertos: lo mismo que los solares de las grandes ciudades. A lo mejor, en un camino, le gusta á usted una casucha con unos cuantos terruños en torno de ella. El edificio tiene la techumbre combada y las paredes con grietas, por las que pasa el viento.

Barret, animado por la posesión de un nuevo rocín joven y brioso, volvió con más ahinco á su trabajo, á matarse sobre aquellos terruños, que parecían crecer según disminuían sus fuerzas, envolviéndolo como un sudario rojo.