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Todo el mundo les dejaba alborotar; era el momento de la desbandada; se habían pronunciado brindis y contado anécdotas con mayor o menor donaire; pero ya nadie tenía ánimos para sostener la conversación, y el Sobrado tío, que era grueso y abotargado, se abanicaba con la servilleta. Levantó la sesión el ama de casa, doña Dolores, diciendo que el café estaba prevenido en la sala de recibir.

Lucía se abanicaba con un periódico dispuesto por Artegui en forma de concha, y leves gotitas transparentes de sudor salpicaban su rosada nuca, sus sienes y su barbilla: de cuando en cuando las embebía con el pañuelo: los mechones del cabello, lacios, se pegaban a su frente.

¡Qué placer tan grande es éste! ¡Ay, Nanita, no puedes imaginarte lo que sufre tu madre con el condenado corsé; para es como si me cincharan, hija! Se abanicaba con pereza, saboreando el descanso de que disfrutaba.

Edelmira, a pesar de no haber desmejorado, tenía los ojos rodeados de un ligero tinte obscuro. Se abanicaba sin punto de reposo y tapaba la boca con el abanico cuando en medio de una situación culminante del drama se le antojaba a ella reírse a carcajadas con las ocurrencias del Marquesito, que tenía unas cosas....

El laconismo de las respuestas de ella y el énfasis nervioso con que se abanicaba, eran indicios de su contrariedad. Y Pez, cada vez más frío, con un cierto airecillo de persona superior a las miserias humanas, continuaba hablando de cosas indiferentes con admirable seso, sin perder la brújula, sin decir nada que anunciase una conciencia vacilante o una virtud en peligro.

Al día siguiente estaba allí la hamaca de Blanca colgada a la sombra de un quitasol, y Raúl se ofrecía alegremente a embadurnarse la cara de negro como el Nelusco de la Africana, para completar el programa. La verdad, no se atreve ya una a expresar el menor deseo suspiraba la buena señora encantada columpiándose con un gozo de niña mientras el conde la abanicaba gravemente con un marabú.

Hubo momentos en que su imaginación, lanzada en el camino de la insensatez, hízole pensar que, como en los cuentos fantásticos, un colosal murciélago le abanicaba con sus alas, para chuparle la sangre después de dormido.

La infeliz se abanicaba, fingiendo poco interés en el asunto, y hacía esfuerzos para aparecer serena y ahuyentar de sus mejillas el borbotón de sangre. «Bueno... pues ahora, Refugio, vamos a hablar de otra cosa. Yo he venido a pedirte un favor». ¿Un favor? dijo la otra con vivísima curiosidad.

Y lo peor era que Cecilia, al negar, no lo hacía con placer, sino con repugnancia, como si le doliese causar disgusto a un amigo. Este sentimiento hería aún más el amor propio del pretendiente. Después que bailaron un vals, sentáronse fatigados en un ángulo del salón. Flores le había cogido el abanico, y la abanicaba respetuosamente. Así quisiera pasarme la vida dijo con acento sincero. ¡Oh!

Fueron en crescendo, hasta que, llegando al citado pasaje, una exclamación de horror me cortó la palabra y me hizo suspender la lectura. Cantarranas estaba nervioso, y la poetisa se abanicaba con furia, ciega de enojo y hecha un basilisco. No si he dicho que una de las cuatro personas de mi auditorio, era una poetisa. Creo llegada la ocasión de describir á esta ilustre hembra.