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La señora de Freneuse, pálida como una muerta, permaneció un instante inmóvil, devorando con los ojos á aquel hijo á quien creyó no volver á ver; estalló después en sollozos y ocultó el rostro con las manos como si temiera que se disipase aquella visión deliciosa.

Sin fuerzas, Marta se detuvo y ocultó el rostro en mis faldas; luego continuó: Y como este medio no me dio el resultado que esperaba, traté por lo menos de indemnizarlo de otra manera. sabes que nunca en mi vida he tenido miedo al trabajo, pero hasta ahora jamás había tenido sobre una labor tan penosa como durante estos tres años.

El no tenía esa mirada universal del águila que le permite a la vez mirar frente a frente el sol y divisar al insecto oculto bajo la hierba: no sabía leer más que en los cielos. No obstante, a fuerza de elevación y de poder, conseguirá alguna vez hacer compartir la ilusión que se hace a mismo; pero no hay que engañarse: es una ilusión.

Una esquina adornada con una fuente las ocultó á los pocos pasos. Cuando Ulises, después de un ligero almuerzo en el restorán Diómedes, llegó corriendo á la estación, el tren iba á partir. Deseaba ver Salerno, célebre en la Edad Media por sus médicos y sus navegantes, y á continuación los templos ruinosos de Pestum.

Durante su cautiverio entre los indios, había adquirido un notable conocimiento de las propiedades de las hierbas y raíces indígenas; ni ocultó á sus pacientes que estas simples medicinas, que la sabia naturaleza había dado á conocer al inculto salvaje, merecían su confianza en el mismo grado que la farmacopea de los europeos, en cuya formación se habían empleado tantos siglos y tantos sabios doctores.

Se acercó en silencio a una mesa atestada de papeles y libros, inclinó la cabeza, que ocultó entre las manos, lanzó un hondo suspiro y permaneció largo rato sumido en profundas reflexiones.

Su alma parecía desasirse del cuerpo, como se desase del tronco la hoja, y vagar como ella sin objeto ni dirección, entregada a la delicia del anonadamiento, al dulzor de no sentirse existir. ¡Y cuán grata debía de ser la muerte, si parecida a la de las hojas; la muerte por desprendimiento, sin violencia, representando el paso a más bellas comarcas, el cumplimiento de algún anhelo inexplicable, oculto, allá, en el fondo de su ser!

Los únicos momentos felices del desdichado eran los que pasaba en oración en el ángulo de alguna iglesia solitaria: oculto detrás de un pilar, aspirando los acres olores de la cera y la humedad, escuchando el chisporroteo de los cirios y el leve rumor de las plegarias de los pocos fieles distribuidos por las naves del templo, su alma inocente dejaba este mundo, que tan cruelmente le trataba, y volaba a comunicarse con Dios y su Madre Santísima.

Instantáneamente apareció junto a la mesa del abogado un hombre de siniestra catadura, hasta entonces oculto en un rincón. No vestía como los labriegos, sino como persona de baja condición en la ciudad: chaqueta de paño negro, faja roja y hongo gris; patillas cortas, de boca de hacha, redoblaban la dureza de su fisonomía, abultada de pómulos y ancha de sienes.

Anita, a quien las confesiones emborrachaban, cuando sabía que entendía su confidente todo, o casi todo lo que ella quería dar a entender, se decidió a decir al Magistral lo demás, lo que había venido detrás del hastío de aquella tarde.... No ocultó sino lo que ella tenía por causa puramente ocasional; no habló de don Álvaro ni del caballo blanco.