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Todo hombre que protesta contra el caciquismo o contra la carestía de la vida, es un ruso presunto. ¡Y pensar que yo he sido ruso, sin enterarme de ello, hace más de quince años!... Este nuevo concepto de la palabra ruso es lo que explica el proyecto del Sr.

Por mucho que ella le adorase no sería más que un sucesor del conde ruso, del músico alemán, o de alguno de aquellos amantes de pocos días, apenas mencionados, pero que algo habían dejado en su memoria. ¡Un sucesor! ¡el último que llega con algunos años de retraso y se contenta mordiendo en la cálida madurez que ellos conocieron con la frescura y la suave película de la juventud!

Uno tiene más verde, y es como una selva de recreo, con su casa sueca de pino, llenas de flores las ventanas, a la orilla de un lago; y la isba de puerta bordada y techo de picos en que vive el labrador ruso; y la casa linda de madera, con ventanas de triángulo, en que pasa los meses de nevada el finlandés, enseñando a sus hijos a pintar y a pensar, a amar a los poetas de Finlandia, y a componer el arpón de la pesca y el trineo de la cacería, mientras talla el abuelo el granito como ópalo, o saca botes y figuras de una rama seca, y las mujeres de gorro alto y delantal tejen su encaje fino, junto a la chimenea de madera labrada.

Me recomendó a varias personas conocidas suyas, me consiguió lecciones de ruso, me proporcionó la ocasión de escribir en los diarios y revistas. ¿Cuánto tiempo estuvieron juntos? Un día. ¿Usted se fue, o él? Yo. ¿Se fue usted a Zurich?... ¿Se escribieron?... ¿Y cuándo se volvieron a ver? Un año después, en Lugano. ¿Estaba solo? .

Muchos de los que frecuentan el Casino de Monte-Carlo señalan á un gran señor de origen ruso, y afirman que es el príncipe Lubimoff de LOS ENEMIGOS DE LA MUJER. En un cementerio que existe junto al camino de Monte-Carlo á La Turbie, muestran la tumba de la duquesa Alicia.

Los franceses defenderían el país, reconquistando además los territorios perdidos; pero eran los cosacos los que iban á dar el golpe de gracia, aquellos cosacos de que hablaban todos y muy pocos habían visto. El único que los conocía de cerca era Tchernoff, y con gran escándalo de Argensola escuchaba sus palabras sin mostrar entusiasmo. Los cosacos eran para él un simple cuerpo del ejército ruso.

Todas las mañanas, después de las lecciones del maestro ruso, de las que salía el pequeño con un rostro grave, Saldaña lo esperaba en una amplia sala del piso bajo. Príncipe, ¡en guardia!

Ulises conocía ahora su verdadera nacionalidad, y él no ignoraba esto; pero los dos continuaron la ficción del conde Kaledine, diplomático ruso. Como todo lo de este hombre imponía respeto en la vivienda de la doctora, Ferragut, atento á su egoísmo amoroso, no se permitía ninguna averiguación, acoplándose á las indicaciones de las dos mujeres.

Las chozas. Aspecto de la naturaleza. Las tardes del Magdalena. Calma soberana. Los mosquitos. La confección del lecho. Baño ruso. El sondaje. Días horribles. Los compañeros de a bordo. ¡Un vapor! Decepción. Agonía lenta. ¡Por fin! El Montoya. Los caimanes. Sus costumbres. La plaga del Magdalena. Combates. Madres sensibles. Guerra al caimán.

Y, aun en la misma Europa, todo es producto de algunos millones de hombres del extremo Occidente. Los demás, al ver cómo se gastan aquéllos, piensan poder reemplazarlos algún día. ¡Ignorantes! ¿Creéis acaso que tal ó cual ruso ó emigrante de los Estados Unidos del Oeste será mañana un artista, un maquinista de Inglaterra ó un óptico de París?