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D. Carlos, después de anotar, gozando mucho en ello, la cantidad desembolsada, despidió a Benina con un gesto, y mudándose de capa y encasquetándose el sombrero nuevo, prenda que no salía de la caja sino en días solemnes, se dispuso a salir y emprender con voluntad segura y firme pie las devociones de aquel día, que empezaban en Montserrat y terminaban en la Sacramental de San Justo.

La razón es que se aburría sola, y mi padre le proporcionaba distracción y divertimiento. Y, en efecto, por divertirse, maquinó un plan maligno y agudo, y fué que, como mi padre en su vecindad se ponía en estado de excitación poética y todo le salía en verso, ella le prohibió severamente que dijese nada rimado: «La poesía es salsa que fatiga la digestión.

El criado de cabellos grises que me recibió á la llegada, y que se llama Alain, me esperaba en el vestíbulo para decirme de parte de la señora Laroque que no tenía tiempo de pasar á mi alojamiento antes de comer, y que me hallaba bien como estaba. En el momento mismo en que entraba al salón, una sociedad de unas veinte personas salía para el comedor con las ceremonias usuales.

Poco después salió la comitiva, precedida de la campanilla, entre la calle formada por mujeres arrodilladas, con velas o sin ellas. Se sintió que bajaba, que salía y se alejaba por la calle. Cuando ya no se oía más el tilín, Guillermina, cesando de rezar, acercó su cara a la de Mauricia y empezó a darle besos.

Quintanar preparaba su reloj despertador de suerte que le llamase con un estrépito horrísono a las ocho en punto. En un decir Jesús se vestía, se lavaba, salía al parque donde solía esperar dos o tres minutos a Frígilis, si no le encontraba ya allí, y en esto y en el viaje a la estación se empleaba el tiempo necesario para llegar algunos minutos antes de la salida del tren mixto.

Las noches en que había música en la plaza de Mina, salía con su amante á escucharla. Por las tardes también quería éste sacarla á paseo, pero rara vez aceptaba. Los quehaceres la retenían. Deseaba aquél tomar una criada para aliviarlos; pero ella se opuso siempre con tenaz resolución.

Casi todos los días salía a luz una gacetilla que se titulaba, por ejemplo: ¡Esas palomas! o ¡Fuego en ellas! y en una ocasión el mismísimo don Saturnino Bermúdez escribió su gacetilla correspondiente que se llamaba a secas: Meretrices, y acababa diciendo: «de la impúdica scortum».

Todo el edificio fantástico elevado en el curso de sus diálogos se habían venido abajo por un simple encontrón de la realidad. Y Ojeda salía de esta aventura con una gran inquietud de conciencia. ¿Qué hacer ahora?... ¡Pobre Mina! Ella había sido la primera en darse cuenta de la tristeza y el desaliento que habían seguido a su delirio amoroso.

El tanque, que contenía una tonelada de combustible, salía de las entrañas del barco, se remontaba hasta la punta del puente aéreo y, deslizándose con incesante chirrido, entraba tierra adentro para vomitar su contenido en una de las varias montañas de hulla que se interponían entre aquella parte del establecimiento y la ría.

El entonces cogió la vieja hacha de su padre y con ella al hombro proseguía sus tétricos paseos. Cada vez que salía de casa, Tandang Selo y Julî temblaban por su vida. Esta se levantaba de su telar, se iba á la ventana, oraba, hacía promesas á los santos, rezaba novenas. El abuelo no sabía á veces cómo terminar el aro de una escoba y hablaba de volver al bosque.