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A la segunda jornada se atolláron en pantanos dos carneros, y pereciéron con la carga que llevaban; otros dos se muriéron de cansancio algunos dias despues; luego pereciéron de hambre de siete á ocho en un desierto; de allí á algunos dias se cayéron otros en unas simas: por fin á los cien dias de viage no les quedáron mas que dos carneros.

¿No me has dicho una y mil veces que todo mi esfuerzo es vano, que no habría entre los dos más que el cariño de hermanos? ¿No me dijiste cien veces que tanto afán y amor tanto eran quimérico sueño? ¿que nunca en tus ojos claros la mirada de los míos clavara yo enamorado, porque solo podías darme un triste desengaño?

La campana del establecimiento gritó con aguda voz: «Al trabajo», y cien hombres soñolientos salieron de las casas, cabañas, chozas y agujeros.

¿Por qué en el Coso, quebrando cañas, lidiando toros, rompiendo lanzas, cien caballeros de gran prosapia, que prez y orgullo son de Granada, deslumbradores de ricas galas, lucientes joyas, bruñidas armas, sobre fogosos potros del Atlas, que el Coso barren con sus gualdrapas, en las cuadrillas giran, se travan, como un torrente de fuego pasan junto al estrado de la acuitada, y sus preseas ante sus plantas ansiosos ponen, sin que una vaga, leve sonrisa conmueva plácida su hermosa boca, ni en dulce llama sus negros ojos lucientes ardan? ¿Por qué tal pena, desdicha tanta?

Y matizando la alfombra De una estendida pradera Se una alegre cuadrilla Con sus vestidos de fiesta, Porque cien gauchos reunidos Las pascuas de Dios celebran.

Después del hombre grande, todo hombre es chico. Uno solo falta, y se necesitan cien mil para llenar su vacío. ¡Y aún! Expirado el reino del hombre, entran los hombres. Agotados los hechos, nacen las palabras. ¡Si habrá épocas de palabras, como las hay de hombres y de hechos! ¡Si estaremos en la época de las palabras!

Bullen átomos de luz, como estos que ahora nos rodean, y en las puntas de nuestros cabellos palpita con galvánica fuerza, embriagadora sensibilidad. ¿No percibe usted estas ondas que vienen del cielo, no siente usted cómo se abre la tierra y despide cien mil vidas nuevas, creadas en esta corola donde estamos, y en cuyos bordes nos movemos a impulso de la suave y embalsamada brisa?

La maroma va a ceder antes que lleguen cien vigas. Ya , no importa. Y nos costará muchísimos miles. Volvamos y hablaremos más largo. Fernández se encogió de hombros y silbó a los capataces. En el resto del día, sin lluvia pero empapado en calma de agua, los peones tendieron de una orilla a otra en la barra del arroyo, la cadena de vigas, y el tumbaje de palos comenzó en el campamento.

Freneuse reconoció que había empeñado los brillantes entregados voluntariamente por su querida, pero niega la venta de las papeletas y pretende haberlas entregado á Lea Peralli con un pagaré de cien mil francos, que según él, hubiera recogido su familia, lo que hacía desaparecer su deuda con aquella muchacha.

La palabra foro le sonaba a griego; aparcería..., laudemio..., retracto..., y después otras cien palabras del Derecho civil, más las propias del dialecto jurídico de aquella tierra, pasaron por sus oídos como sonidos vanos. No se enteraba de nada. Comprendía vagamente que se le engañaba y se le quería aturdir y humillar.