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A la orilla opuesta del Guadalquivir se estiende frontero á la ciudad por el mediodia el Campo de la Verdad, lugar muy concurrido á la sazon, no sabemos por qué motivo, aunque el mismo Morales, traduciendo á S. Eulogio, supone que los mahometanos le tenian destinado á sus malvadas oraciones.

Una gran barca vieja y deteriorada, que servía para trasportar a los paisanos de una orilla a otra en los días de mercado, yacía amarrada por una cadena a la orilla, debajo de unos juncales que la sombreaban. ¡Ay, qué lástima! exclamó la joven devota cogiendo entre sus manos la cadena. ¡Tiene candado! Me alegro. Eso evita que usted hiciera una locura. Pues yo no renuncio a flotar un poco.

468 Guarecidos en el toldo charlábamos mano a mano: eramos dos veteranos mansos pa las sabandijas, arrumbaos como cubijas cuando calienta el verano. 469 El alimento no abunda por mas empeño que se haga; lo pasa uno como plaga, ejercitando la industria, y siempre como la nutria viviendo a la orilla del agua.

Pero, fenómeno hermoso; aquel ser monstruoso al llegar á la orilla del agua, se fragmentó en grupos ó individuos distintos; vestidos rojos y azules se arrojaban en montones como vulgares ropas, y de todos esos uniformes de sargentos, cabos y simples soldados, veía salir hombres que se arrojaban al agua lanzando gritos de alegría.

Dirigieron entonces las miradas hacia el punto de donde venían las voces y vieron cerca de la orilla a dos hombres vestidos a la europea, si bien con trajes desordenados y rotos.

Por entonces abandonó Gabriel el ambiente tranquilo de la librería religiosa. Su fama de humanista había llegado hasta un editor vecino de la Sorbona que publicaba libros clásicos, y Luna, sin salir de la orilla izquierda del Sena, saltó al Barrio Latino para corregir pruebas en latín y griego.

Cuentan que de tres navios, habiéndose perdido los dos, y volviendo el uno, vió este á toda la gente en la orilla; que aunque le pedian que los llevase, no se atrevió á ello por falta de víveres y de buque, y con toda la gente de los demas navios perdidos sucederia lo mismo.

Y emprendió de nuevo su camino que se acercaba cada vez más a la orilla del mar, para bajar por una rampa suave a Peñascosa. La luz desaparecía por momentos. El frío aumentaba. El océano en calma había perdido su bello color azul, cambiándolo por otro gris con reflejos acerados.

El señor de Bevallan, que no se desconcierta fácilmente, desapareció en el monte vecino, donde durante un momento oímos crujir el ramaje; á poco rato volvió armado de un largo vástago de avellano y púsose á despojarle de sus hojas. ¿Por ventura piensa usted alcanzar hasta la otra orilla con ese palo? preguntó la señorita Margarita, cuya alegría comenzaba á despertarse visiblemente.

El brazo más largo del dique había quedado incompleto á unos cuantos metros del otro brazo que venía á su encuentro desde la orilla opuesta. Las aguas, cada vez más altas, cubrían estos dos muros, marcando su oculta existencia con remolinos y espumarajos.